No existe causalidad entre los festivales y el impulso de los procesos culturales, estos fluyen solos; la cultura es inmanente a los pueblos, es un acumulado de vivencias que suele tener picos de excelencia. Los grandes pintores del renacimiento no surgieron de un festival, ni los posteriores como los de Holanda y Francia; tampoco los grandes literatos de la humanidad surgieron de un festival literario; el talento es silvestre aunque puede cultivarse.
Por años, fuimos colonizados por la música mejicana sin necesidad de que en México hubiera una entidad encargada de promulgarla; esta se impuso por su sabor y narrativa del amor, la parranda, y hasta de las nostalgias de las guerras de Pancho Villa; después, a nivel del caribe colombiano, se enseñoreó el porro sabanero, promovido sin festivales, hoy casi extinguido pese al festival de San Pelayo.
El bambuco también tuvo su cuarto de hora, más, no pasó de Caucasia; sin embargo, Ibagué fue apodada la capital musical de Colombia, con el prestigio de Garzón y Collazos y de Jorge Villamil, una especie de Escalona neivano. Hace tiempo, empresarios italianos crearon el festival de San Remo, famoso por algún tiempo, quizás el primero de su especie; aquí se hicieron conocer muchos cantantes, pero el folclor italiano no avanzó. En Viña del Mar, Chile, también existe un festival, próspero económicamente, pero no ha logrado que este país se catapulte musicalmente. La causalidad es inversa: primero el proceso cultural, después los festivales que poco tienen que ver con la cultura autóctona, aunque sí dependerán de la fortaleza de esta.
También, entre las décadas 60/70, Argentina y España tuvieron su respectivo boom sin festivales. Es un sofisma que digan que el sitial de la música vallenata se deba, en exclusivo, a la existencia de la FFLV, sin desconocer la magnitud del evento que organiza. Desde antes de este festival, ya Alfredo Gutiérrez, seguido de Jorge Oñate, le daban categoría nacional a nuestros aires musicales, pero el estoque final en su internacionalización lo dio Carlos Vives. En el foro del 27 en Uniandina, uno de disertantes de la FFLV dijo que su objetivo era la preservación y divulgación del folclor vallenato. Ni lo uno ni lo otro: se ha divulgado la música de acordeón y los cuatro ritmos están en cuidados intensivos.
Es obvio que se ha movido dinero, que muchos cantantes encontraron su mina, que muchos músicos viven de esta actividad. Pero, ¿cuánto dinero se queda aquí? Según la Cámara de Comercio de Valledupar, solo el 10% de los rebuscadores de negocios relativos al festival, es gente local. Además, los mayores costos del festival lo ocasionan los artistas internacionales invitados con pagos en divisas que se esfuman. Pero, ¿qué pasa con la economía y con el folclor durante el resto del año? ¿Quiénes son los mayores expendedores de licores? En cuanto al semillero de acordeonistas que dice la FFLV se ha formado, en honor a la verdad este es un milagro que bien podría atribuírsele al “Turco” Gil cuya chequera parece no ser robusta, él hace cultura musical. Sin embargo, aquí es difícil conseguir un conjunto para amenizar una parranda familiar, verdadero taller de esta cultura; es más fácil conseguirlo en Montería que en Valledupar. Es que todos quieren gravar música de acordeón, no son folcloristas per se; claro, este es un negocio al que nadie quiere renunciar, es un derecho inalienable.
Luis Napoleón de Armas P.