MISCELÁNEA
Por Luis Augusto González Pimienta
En el texto “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, firmado por 25 miembros de la Real Academia Española, se critica el llamado desdoblamiento léxico de la retórica feminista en los documentos legales. Ello me da pie para retomar lo dicho tres años atrás, a propósito del revolcón gramatical del Concejo de Bogotá, cuando aprobó un acuerdo para combatir la discriminación de la mujer en el lenguaje. Según ese acuerdo, en todos los actos y documentos públicos deben desdoblarse los vocablos para contener a las del llamado sexo débil, de manera que siempre se diga ciudadanos y ciudadanas, bogotanos y bogotanas.
Los concejales capitalinos pasaron por alto la norma gramatical que no alude a los sexos sino a los géneros y que se expresa a través de los artículos. Se dice el o la detective y el o la dentista; tan horroroso suena decir la detectiva como el dentisto.
A esta reforma le llamaron lenguaje con perspectiva de género. Presumo que tanto sus impulsores o impulsoras como sus seguidores o seguidoras forman parte del cerrado gremio feminista que estaría dispuesto a cargar sus maletas y maletos en los aeropuertos y aeropuertas, a pagar las cuentas en los restaurantes y restaurantas, y a ceder a los caballeros sus puestos y puestas en los buses. Total, se pretende la igualdad.
Las transformaciones en el lenguaje no son cuestiones que se imponen sino que simplemente se dan. Así, los términos médica, abogada, ingeniera, jefa, que en otro tiempo eran inusuales, hoy son comunes ante el progresivo acceso de la mujer a los centros universitarios y a los lugares de trabajo fuera de casa, hecho impensable en la época de los abuelos.
La reforma del concejo municipal bogotano no consultó la recomendación gramatical y por supuesto a ninguna autoridad en la materia. Si lo hubieran hecho sabrían como lo dice la RAE que este tipo de desdoblamientos son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico y que “La actual tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y femenina va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas. Por tanto, deben evitarse estas repeticiones, que generan dificultades sintácticas y de concordancia, y complican innecesariamente la redacción y lectura de los textos.”
El género de los sustantivos es un asunto de convencionalismos que debe memorizarse porque no responde a una norma absoluta. Por ejemplo, hay sustantivos masculinos terminados en “a” como problema, tema, sofá, diploma y también sustantivos femeninos que no terminan en “a” como leche, luz, tesis, mano.
Se salvan de este galimatías los heterónimos, en los que el masculino y el femenino son palabras distintas, por ejemplo hombre – mujer, toro – vaca, caballo – yegua, yerno – nuera. También los epicenos, nombres de animales que no tienen palabras diferenciadas y se refieren a los dos sexos: hormiga, liebre. No existen el liebro ni el hormigo, como animales. Pero hay que estar atentos porque de pronto un acuerdo municipal los inventa.
Mucho cuidado debemos tener con la modernización del lenguaje. Se sugiere hacer caso a la eufonía o sonoridad de las palabras. Apropiarse de los sonidos agradables y rechazar los desagradables. Términos como jóvenas, miembras, testiga e individua son francamente disonantes. También debe evitarse la confusión: no es lo mismo darle un pelo que darle una pela.
La reivindicación femenina no se logra alterando la gramática sino modificando la realidad, mediante la consagración en campos que le eran vedados a la mujer o en los cuales no había querido incursionar. Todo lo demás es gastar “pólvoro en gallinaza”.