“Las noches iluminadas me recuerdan el Edén, por todas partes prendidas estrellitas ya se ven”, Adolfo Echeverría.
En Valledupar por tradición, el 8 de diciembre las terrazas son engalanadas con estrellas multicolores cubiertas por papel celofán. Los niños salen en la madrugada a la calle para prender ‘las velitas´, mientras que la brisa de los árboles, la música y el baile complementan la magia de esta popular celebración que se vive de forma única en el país.
“Que linda la fiesta es en un 8 de diciembre. Al sonar del traqui traque que sabroso amanecer. Con ese ambiente prendido me dan ganas de beber”.
Para revivir la tradición de las fiestas, El Pilón salió a las calles en busca de las microempresas tradicionales de faroles, para revivir la magia que guarda ese día.
Al adentrarnos a las calles del callejón De La Purrututú, nos tropezamos con la casa de Angélica Rico de Rimon. Una barranquillera que llegó a la ciudad hace 30 años, con el anhelo de crear su propia fábrica de faroles, tradición que trajo desde su tierra natal, Barranquilla.
Angélica tiene 63 años, 30 de ellos se los ha dedicado a la fabricación artesanal de los faroles. Morena y de baja estatura, sus ojos expresan emoción, y da la impresión de no faltarle nada aunque no viva en una mansión.
Con un rostro jovial que no evidencian sus años, y con una sonrisa nos recibe en su morada.
Arte y trabajo grupal
Como si se tratara de la casa de los siete enanitos del famoso cuento de Blancanieves, Angélica vive en una casa pequeña, con un enorme patio. Su casa es un recinto de alumbrados, en cada rincón hay un cúmulo de faroles listos para la venta. Allí se vislumbra toda una escena de arte y trabajo grupal.
Madera por un lado y por el otro; las cajas con puntillas y el papel celofán son los protagonistas en su mundo artesanal. “Yo tengo 15 años de estar haciendo faroles en Valledupar. Mi esposo es de San Diego, ese fue el motivo por el que estoy viviendo acá, y también porque me enamoré del ´Valle´”, expresó Angélica sentada en su silla mientras observaba a sus hijos trabajar.
Para Angélica, lo que comenzó como un simple rebusque de temporada terminó convirtiéndose en sustento para su hogar. Hoy tiene una microempresa con la que subsisten ella, sus siete hijos, nietos, yernos y esposo.
Todos participan
“Aquí trabaja mi esposo, mis hijos, mis yernas y mis nietos. Todos trabajamos acá, a tal punto que se convirtió en un negocio familiar. Tengo un nieto que se hace 100 faroles diario”, afirmó.
Cada uno de sus hijos hace una labor en el patio de la casa. Cortan y pulen la madera con la que arman la base de sus faroles, mientras que en la cocina se calienta el almidón para economizar en materiales de trabajo.
Angélica que ha vivido y visto a los demás gozarse la magia de la navidad, confiesa con nostalgia que la tradición de la navidad y del uso de los faroles ha cambiado mucho. Con preocupación afirma que la inseguridad ha influido en que esta tradición cada año se practica con menos frecuencia.
“Las cosas han cambiado por la inseguridad. Ya no es como antes que se levantaban a las 3:00 de la madrugaba o se amanecía prendiendo las velitas. Ya está más restringido porque uno sale y llega el otro y lo atraca”.
Sin embargo, no pierde la fe y junto con su familia sigue trabajando en la elaboración de faroles para llevar felicidad e ilusiones a miles de hogares. “El encanto de los faroles está en que la vela no se apaga y los colores hacen que se vea más bonito”, dice.
En un sincero mensaje a la comunidad vallenata Angélica Rico, afirma que “no dejen apagar la llama de la navidad, que viva encendida por siempre en cada uno de los corazones. “No pierdan la tradición de la navidad, de los faroles, del 24 de diciembre ni del 31, que cada día la fomenten más y más”.