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Fantasmas de Santa Marta

A Germán, hombre de letras

La casa se encontraba ubicada a una cuadra del mar, era grande, de paredes gruesas y ventanas amplias; de techo alto y de baldosas blancas con negras como un inmenso ajedrez amorfo (carrera segunda, número 10B-50), mucho tiempo después las baldosas ya eran rojas. Para mi mamá era la primera vez que salía de viaje. En ese entonces no había cumplido los diez años, pero anhelaba conocer la grandeza del mar, la rapidez de un aparato sobre rieles, y la casa que vio morir al Libertador. Me cuenta que fueron sus mejores vacaciones. La desmotivó, un poco, la indecisión del mar, la rigidez del tren y su opción nula de cambiar de ruta y la soledad de Simón Bolívar, en una casa tan grande acompañado de solo recuerdos y bártulos viejos (tanto fue su asombro que juró casarse con un hombre llamado Simón, para acompañarlo toda su vida).
Me cuenta que de noche cuando iba a la cama unas olas extrañamente se sentían golpear al otro lado de la pared de la habitación donde dormía, y que veía salir del closet (y no era marica) a un hombre con la toalla en la cintura, que entraba al baño, se duchaba, y salía vestido de militar de la marina; perfumado y afeitado (como todo hombre decente), entonces salía por la ventana como salen los hombres solteros: sin decirle nada a nadie.
Una madrugada se levantó a tomar agua y divisó por la misma ventana un faro con una luz estrepitosa; la observó por varios minutos y logró ver volar gente sin alas vestidas de blanco, sobrevolaban la oscuridad del mar vacilante. Una mañana le comentó a Yasmina (hija de la dueña de la casa) la aparición del marinero; a lo que contestó – es hermoso ¿cierto? Parece salido de una película mexicana- mi madre enmudeció a tal concepto. Sus disimulados nervios aumentaron de ver la perplejidad de la respuesta – y pensar que la colonia nunca se le acaba- remató con aquella naturalidad mientras exprimía unas naranjas.
Días después le contó la visión del faro y las personas volando; solo sonrió
– No te alarmes Mary, ese faro no es para guiar barcos, sino almas pérdidas- entonces mi mamá reventó el silencio.
– Esta noche le echo llave al closet y guardo las llaves en mi pijama-
– Hazlo a ver qué pasa- contestó en un tono retador.
Me cuenta mi mamá que el olor de la colonia era tan penetrante, que cuando regresó del viaje, la maleta por muchos años lo llevó impregnado.
– Era un olor así como María Farina de la panameña revuelta con rosas- me dijo – con rosas para hombres- aclaró-. Era culto y bien educado, se afeitaba con el grifo cerrado, era ordenado- puntualizó.
Muchos años después, uno antes de casarse (no me lo van a creer, consiguió su Simón, mi papá) regresó a la casa de los Diazgranados de nuevo, y pidió dormir en la misma habitación. Esa noche entretuvo el sueño hasta altas horas de la madrugada y no vio nada, ni tampoco el olor al perfume, ni mucho menos el faro ni sus almas descarriadas, tampoco el golpear de las olas en la pared. Al día siguiente le comentó a Yasmina la ausencia del marinero.
– Seguro consiguió mujer Mary, no hay cosa más desgraciada que un militar quedado, los mata doblemente la soledad porque se quedan sin nadie a quien mandar- le respondió. Que inteligencia la de Yasmina le dije a mi mamá.
Los fantasmas también envejecen me dijo. Porqué? Le pregunté. Entonces me contesto un tanto pausada, como para que le entendiera mejor
– Porque la noche siguiente lo vi entrar por la ventana venía de un largo viaje, sus pasos eran lentos, lo vi mal trajeado, mal oliente (se le había terminado el perfume, seguramente) y sin afeitar, esa noche entró al closet y no volvió a salir más durante las siguientes siete noches que estuve allí.
goyoguerrero100@hotmail.com

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