Por Jaime García Chadid.
Siempre ha sido mejor imaginarse las cosas, pues eso va a tener el ancho, largo y profundidad que uno desee darles incluido un noviazgo juvenil con Briggitte Bardot o Claudia Cardinale, mientras tanto la realidad puede llegar a ser tan dura cómo una pared de granito y contra ella nos vivimos estrellando.
La época de la fantasía dura poco y entonces nos preguntamos ¿desde cuándo dejamos de volar visualmente para hacerlo por instrumentos?
Me cuentan los que saben del asunto que los humanos somos relativamente felices hasta los seis años, edad en la que se inicia la madurez del pensamiento lógico creyéndose eso es un avance cuando en la realidad es una peligrosa embestida de la racionalidad contra la fantasía, pero de la que afortunadamente se salvó mi primito Leibarg, lo que le permitía afirmar en su enredada lengua, que su pequeña y escuálida cometa o barrilete era “El rey de los aigres”. Nada volaba tan alto. Pensé lo mismo.
Por ejemplo: ¿Existirá algo más cruel que decir la verdad sobre el “Niño Dios”? En lo que a mí toca fue frustrante, con el agravante de que por residualidad más de uno sigue pensando que las cosas caen del cielo.
Menos mal que al humilde Ratón Pérez se le necesita solamente en una época de la vida y que terminando el cambio de la dentadura la figura del roedor se desvanece lentamente. Aparecerá nuevamente con tus hijos y nietos.
Pero mi mayor desilusión se dio alrededor de ‘Al Sur’ que es una hermosa canción colombiana, de mis favoritas, compuesta por el médico y maestro Jorge Villamil, letra y melodía que me llevaron a imaginarme durante muchos años el cuento del cerro del Pacandé, cómo un hito paradisíaco, de belleza irrepetible lo que no podía ser de otra manera después de escuchar: “Azules se miran los cerros, en la lejanía, paisajes de ardientes llanuras, con su arrozales de verde color, en noches, noches de verano brillan los luceros con gran esplendor la brisa que viene del río me dice hasta luego, yo le digo adiós. Al sur, al sur, al sur, del cerro del Pacandé entre chaparrales y alegres amanes, reina la alegría, que adorna el paisaje”
Mi anhelo era conocer al bendito cerro y un día viajando entre Ibagué y Neiva en compañía de Luis Ortiz, guamalero de nacimiento, pero tolimense de corazón y le expuse ese querer y me dijo, precisamente: “allí adelante está el cerro”. Mi expectativa creció hasta el momento en que ‘Lucho’ lo señaló orgulloso y expresó: ese es el cerro del Pacandé. Miré el horizonte y nada que yo lo distinguía y entonces le re- pregunté sobre el cerro y me dice: Jimito, (siempre me ha llamado así¡¡) ese es!! Lo miré incrédulo y le expresé, mira cuál cerro ni que nada, eso es una loma. Creo que no ha terminado de perdonarme.
Sin embargo, no hay duda que ‘Al sur’ es de las más bellas canciones colombianas a pesar que el Pacandé sea una loma. Hubiera preferido no pasar por allí.
En fin, he dado vueltas y revueltas para tratar de significar que es mejor soñar. Imaginarse, fantasear y para muestra esta otra perla y me sucedió hablando telefónicamente con un viejo amigo quien me manifestó: ahora ando en las calles de Roma… Con esto del celular le pregunté: ¿desde cuándo estás por allá? y me contestó: “yo no me he movido de mi casa, me acompañan Santiago Posteguillo y Julio César”. Yo le creo. Les deseo a todos una feliz Navidad.
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