Al considerar muy aplicable para el momento en que se desenvuelve nuestra sociedad nos permitimos dada la brevedad del espacio, abordar este tema de connotaciones profundas.
En los últimos tiempos unos de los fenómenos más notorios es el desmesurado interés de la gente por alcanzar, poder y gloria a cualquier precio. Es de anotar que la cultura consumista ha establecido que la importancia de las personas esta en la apariencia y no en el interior, hoy por hoy una posición destacada no se gana con méritos, sino que se compra con dinero con exhibicionismo con intrigas y componendas.
Lo lamentable es que adquirir posiciones sobresalientes sin más mérito que el deseo de ser famosos exige esfuerzos demasiado grandes a menudo es necesario sacrificar la salud la familia o hasta los principios para lograrla. ¿será esto cierto? Cada vez parecen haber más personas dispuesta a llegar a cualquier extremo con tal de lucirse: desfalcar empresas para comprar poder, escalar posiciones por políticas a base de trampas e incluso encabezar causas nobles con el propósito inclusive de encabezar causas nobles con el ánimo de lucirse y no contribuir, entre otras.
Paradójicamente, las personas cuya fama es inmortal y trasciende en la historia se han caracterizado no solo por su sabiduría o su valor, sino por su humildad. Sin embargo, esta virtud, en un mundo que persigue el poder y la fama se ve como un defecto, tanto es así que la expresión “gente humilde” se usa para designar a quienes tienen una posición social inferior no necesariamente a quienes son más sencillos. Estrictamente hablando, la “gente humilde” se caracteriza por ser no solo pobre, sino bondadosa, noble y servicial, esto significa que la “gente humilde”, lejos de corresponder a una categoría humana inferior, gira alrededor de valores muy superiores a aquellos de quienes se consideran demás alta categoría.
Los humildes suelen tener la fortuna de gozar de algo que todos buscamos: paz y tranquilidad. En efecto como la gente humilde actúa por convicción como lo que le importa no es su imagen ante la sociedad sino su imagen ante Dios; como se mira en el espejo de su condición y no en el de la opinión ajena, tiene control sobre lo que percibe y no es controlada por la ambición, como sí lo son quienes viven para sobrevivir.
Además, como depender de los juicios ajenos tampoco los perturban las criticas ni los inflan las alabanzas, y ello les permite vivir más sosegados. Con razón se ha dicho que la prepotencia es la fachada de la estupidez y la humildad es el cimiento de la sabiduría.
Está visto que la satisfacción y no las vanaglorias son las que nos auguran una existencia plena y feliz. Mas ganaremos si nos dedicamos a cultivar las virtudes que nos permitan enriquecer profundamente nuestra vida porque así nos ocupamos de contribuir en lugar de preocuparnos por sobresalir.
Por algo será que el árbol que se destaca muy pronto con sus ramas es el primero que cae por falta de profundidad en sus raíces. La anterior es la realidad en que vivimos.