La diáspora venezolana es inédita en Latinoamérica y pocas en el mundo como esta; hemos presenciado por TV las de África y Siria, que poco o nada afectan nuestra economía vernácula y nuestros sentimientos no han sido impactados tanto como ahora. De receptora que fue Venezuela, en épocas doradas, de gentes de todo el mundo, ahora son ellos los que morral al hombro, con niños incluso, salen como parias, buscando mantenerse con vida. Yo estuve allá seis años cuando la miel se derramaba y todos, propios y extraños, aprovechaban el panal. Este peregrinar es superior con creces al llamado éxodo bíblico al cual la arqueología no le ha dado créditos; no han encontrado señales fácticas de que por el Sinaí hubiese pasado, hace 3.500 años una caravana de hebreos. El éxodo venezolano lo estamos viendo y sintiendo pero aún no han sido cuantificados los efectos económicos y sociales ni en Colombia ni en ninguno de los países a donde están llegando nuestros hermanos venezolanos buscando refugio y seguridad vital. Nuestra raquítica economía, que no alcanza para los nuestros, tiene por delante un inmenso reto. En esta hora de tragedia para nuestros vecinos, ni este gobierno ni los de los destinos a donde han llegado como golondrinas, podrán hacerse los de la vista gorda y tendrán que pagar por un daño que no han cometido en pro de una bien entendida solidaridad humana. No les podemos cerrar las puertas, da grima verlos en los rebusques de supervivencia.
La comunidad internacional, en especial la OEA y la ONU, tendrán que tomarse este fenómeno como propio. Los semáforos de las principales ciudades del país se llenaron de limpiavidrios, oficio que, forzosamente, quieren hacer para justificar una locha; también vemos malabaristas con ejercicios, a veces peligrosos. A los que vengan a pescar en río revuelto habrá que sancionarlos sin contemplaciones. Pero las medidas que se tomen deberán ser transitorias, pese a que Maduro no ofrece garantías para la permanencia en territorio patrio ni para un eventual retorno de aquellos que ya cruzaron la frontera, esa línea imaginaria que divide a los hermanos. A la Venezuela saudita, esa que se acostumbró a vivir de la renta petrolera hay que reconstruirla, sus riquezas petroleras aún están allí, el país tiene con qué pero hoy es inviable.
Este es el espejo que debemos mirar los colombianos, vivir de las rentas extractivas es un polvorín. Por supuesto, será cuestión de muchos años y mientras tanto, todos tienen el derecho a repatriarse con las garantías básicas que otorgan los derechos humanos. Sin embargo, la retoma del poder tiene que asumirla el mismo “bravo pueblo”, sin importar el precio a pagar, la democracia es costosa, respetando el principio de la autodeterminación, pero con la necesaria ayuda logística internacional.
Luis Napoleón de armas P.