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Estragos de la recentralización

BITÁCORA

Por: Oscar Ariza Daza

Colombia heredó de los españoles el feudalismo en que vivían al momento del descubrimiento y que luego perduraría en nuestras colonias hasta entrada la época republicana en la segunda mitad del siglo diecinueve.

Durante muchos siglos el país subsistió de la economía agrícola manejada por unos pocos capitalistas que exportaban productos como la quina, el tabaco y el café. Sin embargo, a partir de la ilustración, la nación comienza a buscar salidas propias al fenómeno de atraso en que vivía.

Sólo a partir de la segunda mitad del siglo diecinueve comenzó a gestarse un Estado centralista que interviniera  en la economía, estimulara la tolerancia religiosa, la centralización y autonomía municipal, protección a las industrias nacionales, y sobre todo los derechos individuales limitados por el interés social; planteamientos que son hoy la doctrina básica del moderno liberalismo colombiano. Sin embargo, la mayoría del país seguía sumido en un sistema de producción agrícola feudal y aislada de los avances tecnológicos como la implementación del ferrocarril, una de las verdaderas medidas del progreso, debido a los obstáculos que ofrecía la topografía y que impedían la unidad nacional.

A pesar de la implementación de nuevos mecanismos de producción basados en la industrialización, la economía seguía teniendo como soporte principal la producción agrícola, que generó a su vez el surgimiento de grandes capitales económicos acumulados en unas cuantas familias que exportaban su producción. De esta manera el campo fue el eje principal de progreso en la medida en que allí se gestaron movimientos sociales revolucionarios que buscaban la reivindicación de los derechos individuales. Conflicto sociales reflejados en novelas como La vorágine son una clara muestra del comienzo del despertar moderno. La producción económica entonces surge de las grandes plantaciones de caucho, café y banano en las que la modernidad comenzó a surgir como producto de la necesidad de equipararse con Estados desarrollados como los del norte de América.

En esta producción feudal y burguesa se reconoce el comienzo de la modernidad en Colombia, pero siempre impregnada del auge romántico que no descartó la lucha como una forma de alcanzar un ideal, ni tampoco la búsqueda de la naturaleza como el ambiente propicio para alcanzar la felicidad a través de la explotación de los recursos naturales. Ya Eduardo Galeano en su libro “Las Venas Abiertas de América Latina”, expresa como a partir del auge de cultivos como el café, banano, caucho y la explotación del oro, se empieza a gestar en forma exagerada, un nuevo estilo de vida basado en el derroche que más tarde habría de desembocar en crisis sociales que aún no superamos.

Con la Constitución de 1991 se aseguró jurídicamente la autonomía de las regiones, lo que significó un gran paso hacia la modernidad que hoy se ve amenazada ante la ley de regalías que atenta contra ella. Este salto al vacío agudiza la crisis que se vive hoy frente a la producción del carbón que ha traído un auge económico que funciona a manera de espejismo para ocultar los verdaderos males de las regiones mineras en especial en el Cesar.

Nada de esto es distinto a lo que sucedió con la bonanza del oro, del caucho, del banano y las esmeraldas que trajeron crisis, ratificando que entre mayor riqueza se explota, mayores son los problemas sociales y la pobreza que surge como resultado del cambio en los hábitos de las poblaciones aledañas a los centros de bonanza. Hoy pueblos como la Jagua en nuestro departamento están condenados al saqueo de la multinacionales que se llevan el carbón y nos dejan a cambio enfermedades respiratorias, de transmisión sexual, desplazamientos, y desastres ecológicos irreparables, mientras el gobierno central sigue pensando que frente a la cultura del derroche y la corrupción local, se debe condenar a la población a quitarle las regalías sin que tengan una segunda oportunidad sobre la tierra

Doscientos años después, desde nuestra región se sigue luchando por los derechos negados hace siglos, por un derecho a una vida tranquila y moderna, con un medio ambiente sano, por una autonomía para administrar los recursos a que tenemos derecho por ser zona minera,  sin que se tome como pretexto para quitárnoslas el mal manejo que han hecho de ella en el pasado; pues los del centro sólo miran los errores de nuestra clase política de antaño, estigmatizando a las nuevas generaciones, desconociendo que en Bogotá los problemas de mal manejo de recursos aún son peores a los de aquí.

La lucha debe seguir como una forma de expresar nuestra inconformidad, nuestro derecho a ser autónomos en un contexto jurídico que nos faculta a ello, pero que hoy quieren cambiarlo desde el Congreso como el más grande raponazo a nuestras regiones.

arizadaza@hotmail.com

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