Esto no es una columna de opinión tal y cómo se la entiende usualmente pues no trata de temas varios entre los que se destacan hechos internacionales, nacionales y locales. ¡No! Es una desnuda catarsis, por lo tanto solicito la benevolencia a los señores director y editor y a los pocos o muchos lectores que pueda tener.
La guerra en Ucrania, lo del Catatumbo y el Cauca no son capaces de superar la intensidad del traicionero e indeseado ataque de nostalgia a que estoy sometido en estos días, más grave para mí por lo inesperado y porque fue llegando lenta, mansamente colmando y derramando el recipiente de la tranquilidad, amarrado a los recuerdos y del imposible de vivir la vida de quienes vienen en fila, percatándome lo difícil que es mezclar el pasado con el futuro. He visto con claridad la existencia de dos mundos, uno, el mío y el otro el de los nietos al cual no se me permite llegar ni en pensamientos, tal y como lo expresara con claridad el poeta libanés Gibran, lo que me ha permitido terminar de entender que es un amor sobre otro amor.
No entendía yo cómo es que existan ciudades o poblados sepultados físicamente por las nuevas construcciones y que de aquellas no queda ni el rastro. Así es la vida, ni más ni menos.
Pero en mis especiales mensuras siempre sucederá que el río será superado por el jagüey de la infancia, la suave y modesta colina se crecerá sobre los imponentes picos nevados y cada vez hace más el grave sonido de la percusión y la hermosa resonancia del eufonio y además Silvestre no podrá reemplazar a Enrique Díaz, ni el guacaó al mochuelo y pocas palabras podrán reemplazar las sabias admoniciones dominicales del padre Antonio Prieto San Román. Eso sí: la heladería Los Corales iguala las añoranzas de la heladería Imperial.
En España hay regiones que le dicen “morriña” a esta enfermedad que padezco y en portugués (creo) se le conoce como “saudade”.
Así de sencillo.
Por: Jaime García Chadid.