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“Si estás enamorado no te cases…”

El enamoramiento es una fase psicótica transitoria del ser humano, caracterizada por el alejamiento de la realidad. Es un estado de imbecilidad que obnubila los sentidos y donde el cerebro produce mayor cantidad de endorfinas en el varón, y de estrógenos en la mujer, aumentando considerablemente la libido. (A propósito, cuando se habla de libido, ya se incluye la idea sexual, por lo que decir libido sexual resulta redundante.  Asimismo se aconseja no tildarla, pues según la Real Academia Española, resulta incorrecto).

Ahora bien, si  el matrimonio, se perfecciona con el libre y mutuo consentimiento de los contrayentes (Artículo 115 del Código Civil Colombiano), cabe preguntar: ¿Qué tan conscientes y libres son los futuros esposos, al momento de tomar esta decisión? Incluso podríamos pensar que un individuo en ese estado -en la etapa del  enamoramiento-, se encuentra   psíquicamente perturbado, no es consciente de sus actos, y en consecuencia su consentimiento no debería ser  jurídicamente válido. Lo deseable entonces, es que la persona tome la decisión de casarse, de manera serena y racional, consciente de las virtudes y defectos de la pareja que eligió. Sabiendo además que “el otro” es un ser humano, y como tal, está lejos de ser perfecto. Desechando la “idea” de haber encontrado su “media naranja” pues esa es una lectura equivocada de lo que es el matrimonio.

En ese orden de ideas, el desenamoramiento, se constituye en la etapa que sigue después del enamoramiento. Es cuando la persona sale de ese estado de imbecilidad transitoria, y se enfrenta a la dura realidad. Es allí cuando se da cuenta de su error, pues la persona con la que se casó no es la que “idealizó”, experimentando sentimientos de  frustración y rechazo hacia su pareja, produciéndose entonces la ruptura del vínculo matrimonial.

En conclusión. El matrimonio no es un simple acto jurídico de naturaleza contractual, es un sacramento,  una gracia de Dios. El libro del Génesis 2, 24 enseña: “Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer y  se hacen una sola carne”. El matrimonio posibilita la realización de la pareja, y  se sublima con la llegada de los hijos. Pero igual, es una decisión que debe tomarse teniendo plena consciencia de la realidad y no impulsado por emociones vanas, o por circunstancias imprevistas, que  finalmente resultan ser malas consejeras. Por eso, es sabio  el consejo del padre Alberto Linero Gómez: “Si estás enamorado no te cases”.

 

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