Durante la celebración de sus 90 años, el tío ‘Man’ (Manuel Germán Cuello), el 7 de septiembre del 2005, estuvo agradecido porque hicimos el viaje desde Barranquilla a acompañarlo. Nombró a mi padre, su hermano Delio, como una de las personas importantes por lograr que Valledupar tuviera la mejor planificación de Colombia.
Yo no sabía nada de eso y entré en curiosidad para saber por qué y cómo había sucedido ese acontecimiento. Inicié la investigación con el mismo tío y nos dio algunas luces para construír este relato.
Inicios de Valledupar
En su libro de ‘Reminiscencias’ dice que el primero de mayo de 1960, Valledupar se conmocionó cuando intempestivamente unas 300 personas invadieron un predio muy grande en las afueras de lo que fue hasta ese momento la ‘Granja agropecuaria’, creación de Pedro Castro Monsalvo, en las décadas del 40 y 50.
Este predio no estaba en uso y no siendo un bien particular sino del Estado fue presa fácil de los invasores, constituidos por trabajadores del algodón, maestros, albañiles, tractoristas, que desordenadamente fueron armando sus cambuches con piedras, palos, plásticos y con lo que encontraran.
Tuvieron resistencia y todas las viviendas fueron levantadas caóticamente. Siguió creciendo el barrio y se fue convirtiendo en un problema ya que no tenía servicios y vivía la gente con mucha dificultad en sus casas de bahareque, tablas, techos de lo que hubiera, mayormente de paja. Por eso fue llamado el barrio ‘Las Tablitas’.
Siendo Manuel Germán Cuello concejal por el partido Conservador unió esfuerzos con dos jóvenes concejales, Edgardo Pupo y Armando Maestre, para tratar de organizar el barrio, y habló con los líderes de la invasión ofreciendo que iban a conseguir a alguien que los ayudara a planificar el barrio, para que les pudieran llegar los servicios públicos, lo que aceptaron para que no se armara el desorden y fuera un barrio normal. Además, les informaron que así se podría pensar en la titularización de los predios.
Con ese gancho comenzaron a pensar en quién podría arreglarles el problemón de semejante desorden. Pensaron en varias alternativas.
El encuentro casual con Manuel Carrerá
Casualmente, mandado por Dios, llegó ese día al Valle mi padre, Delio Cuello, en sus correrías. En las tardes visitaba a sus hermanos y se encontraron en la entrada de la casa, al calor de un tinto y unas galletas de doña Chita. El tío ‘Man’ le preguntó si conocía a alguien que pudiera ayudar en arreglar el lío que tenía el Valle con ese barrio marginal y que se le midiera al asunto.
Él se acordó del arquitecto del edificio donde vivimos un tiempo, el arquitecto Manuel Carrerá, quien fue vecino de nosotros y después construyó su casa cerca de la nuestra en Bellavista. Mi papá dijo que sí conocía a alguien, pero no sabía si se le medía.
Entonces el tío dijo que lo trajera, que él y otros concejales pagarían el traslado y estadía. Valledupar era un pueblo pobre del Magdalena y con poco presupuesto y el alcalde de la época era un señor de La Paz, Manuel Moscote Mejía, que al principio no mostró mayor interés.
Mi papá llegó a Barranquilla y el lunes siguiente buscó a Carrerá, su exvecino y amigo, que lo recibió muy bien, y le planteó la necesidad. Carrerá, muy visionario, vio una oportunidad para impulsar su carrera, era decano en la Universidad del Atlántico en arquitectura, y profesor de urbanismo, asunto que mi padre no sabía.
Carrerá tenía un sentido social muy arraigado y le llamó la atención. Enviaron los pasajes por taxader, la línea aérea del momento, y fue recibido por los tres concejales: Cuello, Pupo y Maestre, y lo hospedaron donde don Víctor Cohen, un hombre cívico que estaba preocupado con lo que pasaba. Los tres mosqueteros pagaron de su propia cuenta el traslado y alimentación del arquitecto.
Lo primero que él les dijo fue el curriculum. “Soy graduado en ingeniería en la universidad de La Habana y en arquitectura en Columbia University de Nueva York, especializado en urbanismo en la misma universidad. Hice en Barranquilla el edificio García, el Hane, Jardín águila, el Teatro Colón y Murillo; en Ciénaga el hotel Tobiexi, y en Santa Marta el hotel Tayrona y el teatro Santa Marta”.
Obviamente dijeron que sí y armaron una asamblea en el barrio, lo recorrió a pie y les dijo a los presentes que si lo ayudaban y seguían sus consejos haría que el barrio fuera respetado y costara mucho dinero. Los mismos habitantes sirvieron de ayudantes. Duró algunos días midiendo, y trabajando. En ese transcurrir lograron presentarlo al alcalde, que quedó convencido, y asignó una partida para pagar los honorarios. En pocos días recibieron los planos enviados por Carrerá, donde determinó los linderos de la invasión, trazando todas las calles, con énfasis en diagonales y rotondas para comunicarse mejor, y con sus respectivos parques.
Presentaron los planos al alcalde para su aprobación y correspondiente pago de honorarios, y este viendo la perfección de lo plasmado no puso ningún problema.
Los concejales viendo semejante trabajo pensaron en algo mejor y les solicitaron a los parlamentarios de la época ayudados por el alcalde unas partidas para para trazar ya no el barrio Las Tablitas, sino el Valledupar del futuro, eso de las diagonales y rotondas, como en Europa los convenció que era lo mejor, y le ofrecieron a Carrerá la planificación de la ciudad a 50 años. Con sus diagonales, las glorietas, sus salidas, el sitio para todo, nada al azar, la circunvalar, el terminal todo lo dejó planteado Carrerá, un genio al que no se le ha dado el mérito suficiente.
Del trazado de Las Tablitas o Primero de Mayo salió la ciudad grande de hoy, ejemplo a todo nivel en Colombia, y otras latitudes. Hasta la gran arborización estuvo prevista, en la planificación bien estructurada y craneada de esta urbe progresista.
¿Y de dónde sale todo? De una conversación entre hermanos, ambos estaban en el día y el lugar indicado, el destino los unió para que la ciudad sea lo que hoy es. Los que quieran conocer una ciudad parecida en su planificación a Valledupar les recomiendo Valencia en España, linda ciudad.
POR DELIO CUELLO LASCANO/ESPECIAL PARA EL PILÓN