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Estamos obligados a resistir

En primera instancia es de anotar, que la historia de la vida en la tierra ha sido una historia de interacción entre los seres vivos y su entorno. En gran medida, la forma física y el carácter de la vegetación terrestre y de su vida animal han sido moldeados por el ambiente. Si se considera la totalidad de la duración de la existencia de la Tierra, el efecto contrario, en el que la vida modifica realmente su entorno, ha siso relativamente moderado. Solo dentro del momento de tiempo presentado por el presente siglo, una especie (el hombre) ha adquirido una capacidad significativa para alterar la naturaleza de su mundo.
Durante el último cuarto de siglo, esta capacidad no sólo ha aumentado hasta alcanzar una magnitud inquietante, sino que ha cambiado en su carácter. El más alarmante de todos los atentados del hombre contra el ambiente es la contaminación del aire, la Tierra, los ríos y el mar con materiales peligrosos e incluso letales. Esta polución es en su mayor parte irremediable; la cadena de desastres que inicia, no sólo en el mundo que debe soportar la vida, sino en los tejidos vivos, es en su mayor parte irreversible. En esta contaminación del ambiente, que ahora es universal las sustancias químicas son los compañeros siniestros y poco conocidos de la radiación a la hora de cambiar la naturaleza misma del mundo, la naturaleza misma de su vida. El estroncio 90, liberado en el aire por las explosiones nucleares, llega a la tierra con la lluvia o cae en forma de lluvia radiactiva, se aloja en el suelo, se introduce en la hierba, en el maíz o en el arroz que allí crecen y, a su debido tiempo, se introducirá en los huesos del ser humano, donde permanecerá hasta su muerte.
De igual modo, los productos químicos rociados sobre los campos de cultivos, los bosques y los jardines permanecen durante largo tiempo en el suelo, penetran en los organismos vivos y pasan de uno a otro en una cadena de envenenamiento y de muerte. O bien se infiltran misteriosamente por los ríos subterráneos hasta que emergen y, mediante la alquimia del aire y la luz del sol, se combinan en nuevas formas que matan la vegetación, enferman al ganado y operan daños desconocidos en aquellos que beben de los que antaño eran pozos puros. Como ha dicho Albert Schweitzer: “El hombre difícilmente puede reconocer los daños de su propia obra”
Han hecho falta millones de años para producir la vida que habita actualmente en la Tierra. El ambiente que moldeaba de forma rigurosa y dirigía la vida que soportaba, contenía elementos que eran tanto hostiles como protectores. Ciertas rocas emitían radiaciones peligrosas; incluso dentro de la luz solar de la que toda la vida obtiene su energía había radiación de onda corta con la capacidad de lesionar. Con el tiempo (tiempo no en años, sino en milenios) la vida se ajusta y se ha alcanzado un equilibrio. Porque el tiempo es el ingrediente esencial; pero en el mundo moderno no hay tiempo. La rapidez del cambio y la velocidad con la que se crean nuevas situaciones según el impetuoso y descuidado paso del hombre más que el paso pausado de la naturaleza.

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