Hablar de esperanza para un futuro mejor, de cambios, y además de eso ser optimistas y pretender volver la hoja y que los escenarios sean de un nivel diferente en este país del sagrado corazón, es quimérico y además inverosímil; siente uno que vive una película de terror, en donde nunca sabemos los desenlaces de cada episodio. Aunque la historia nuestra es tan repetitiva que no nos importa aplaudir y reelegir a los que por años se han robado nuestro fisco. Normal.
Lo que pensábamos era impoluto, como por ejemplo la Corte Suprema de Justicia, sus fiscales con funciones de vigilancia a los cuales veíamos como intachables, alcanzó niveles de corrupción detestable en Colombia.
Se permearon las altas cortes, se puso de moda el famoso cartel de la toga, que no es otra cosa que un caso de corrupción judicial y político que nos deja pensando: si eso es en los niveles de trasparencia en donde por sus características de dignidad y honorabilidad eran impermeable a los actos de corrupción, qué queda para los de ruana.
Que se trate con mano dura estos casos de la pérdida de la moralidad en aquellos a los que veíamos revestidos de poder, el deber ser. La situación en Colombia con los presidentes y expresidentes es un caso sui géneris: se blindan al momento de salir, son intocables y amparados en los procesos del “amiguismo” con los entes de control.
Aquí empezamos a entender las razones por las cuales nunca fructifican las investigaciones en contra de estos personajes. Lo curioso y bastante sorprendente es que para dar una apariencia de verticalidad y justicia, para aquel que se roba un caldo de gallina en un supermercado, pues no puede con su pobreza y no tiene con qué darle de comer a sus hijos, le cae todo el peso de la ley; mientras que para aquel que se roba la plata de la salud, de la alimentación escolar, de la educación y de las obras sociales, a esos no les pasa nada; el castigo no es tan ejemplar como para el de a pie.
Entonces es normal que en el común se transgredan las leyes, que no se respeten las normas de tránsito, que la ley del más vivo sea la impuesta en todos los niveles. Que a los proyectos de inversión, de obras y de estructuras se les adicione y se les recontra adicione porque la ley del dulce “cvya” hace imposible que los presupuestos iniciales de las obras alcance para poder desarrollarlas de manera efectiva y sin que tenga que volver millonarios a los alcaldes y gobernadores y de paso a los que jalonan los recursos del nivel central, como senadores y representantes.
Esto es curioso, pero nos deja mal parados como el país que deseamos. Ondeamos con orgullo la bandera de la corrupción, ser el país más corrupto nos genera felicidad; por ello también es bueno tener ese privilegio. Estamos jodidos, pero felices, y eso no nos lo quita nadie. Sólo Eso.