Alrededor de estos temas nada nuevo se escribe. Es siempre exacto lo que ha venido sucediendo, en todos los gobiernos de derecha y ahora de izquierda. Razón le asiste al presidente Petro cuando con lenguaje coloquial señala: “estos jóvenes no han recibido estudio y por ello ni saben que se convirtieron en violadores de derechos humanos. No les importa. Recibieron dineros del Clan del Golfo para hacer daño y hacer pasar esa violencia como un paro social. Dañan a su propio pueblo y a su familia”.
Igual, cuando él estaba de candidato a la Presidencia, junto con su adlátere, el exsenador Gustavo Bolívar, utilizó su cuenta de Twitter para enviar mensajes alimentando de odios las protestas que entonces bautizaron como estallido social. Bolívar hizo aportes en dinero y en especie (cascos, protectores para la primera línea, etc.) a tan hostiles manifestaciones, infiltradas de cruentos vándalos.
Ellos sabían que todas esas marchas estaban penetradas por todos los grupos al margen de la ley que solo pretendían el caos contra el gobierno de Duque. Y sistemáticamente aprovechaban para fomentarlo, trabajando la idea de que el Estado masacraba a los jóvenes al enfrentar las violencias de las manifestaciones.
Entonces, esos movimientos, marchas, protestas y/o paros, son propios de todos los momentos complejos de la patria, con agudos problemas económicos y sociales, esto es, por las iniquidades y desigualdades y en fin, por las realidades económicas de la gente. No se trata de posiciones sociales elaboradas con coherencia ideológica o partidista. No. Son situaciones que se originan por las coyunturas de la realidad de un país caótico.
Los gobiernos requieren definitivamente consensos y solidaridades. No debe haber diferencias ideológicas para disputarse el poder político. Quien llegue a gobernar debe prontamente asumir que lo hará para toda la gente y en consecuencia buscar acuerdos, salidas rápidas y audaces, propiciando reencuentro y solidaridad para paliar tantas necesidades, particularmente del grueso de la sociedad.
Lo anterior debe ser algo casi obvio, así como también el imperativo de no enfrascarse en desavenencias inútiles, ni gobernar utilizando el espejo retrovisor, justificándose siempre en los desaciertos de los gobiernos que sucedieron. Nada justifica que lo que se deja dicho es descriptivamente real y no se requieren mayores esfuerzos para coincidir con ese diagnóstico, por lo que ha de acordarse de que debemos desarmar las confrontaciones y todos remar para un mismo lado, en consenso, superando las diferencias para enfrentar los desafíos.
La solución para temas como el desempleo, la inflación, el alto costo de vida (arriendos, comida, salud) debe inexcusablemente ser de consenso. Lo complejo es que en el diseño electoral colombiano siempre permanecemos en actividades de esa índole, tanto es así que el gobierno lleva escasos siete meses y ya hay aspirantes de todas las calañas pensando en postularse a la Presidencia de un país tan desordenado, caótico y problematizado.
Para el gobierno Petro, desde luego que nada será fácil, cada día menos, sin embargo, con acierto y habilidad puede lograr que los consensos alcanzados se mantengan y le perduren pero solo si debate y examina todo las reformas que propone y permite que se construyan soluciones de mutuo consenso, sin autoritarismo, ni posiciones populistas y estatistas. Nada más pero nada menos.
Por Hugo Mendoza Guerra