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Esperemos en Dios

Por: Valerio Mejía Araújo

“Señor, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti y esperaré”  Salmos 5:3

En ocasiones, Dios nos da impresiones o coloca dentro de nosotros algún sentir con respecto a algo o alguien y pensamos que son cosas de nuestra mente o suspicacia de nuestro corazón. Sin embargo, la mayoría de las veces es la manera como Dios quiere dirigirnos, advertirnos o avisarnos de algo; y si la impresión procede realmente del Señor, él mismo dará la evidencia suficiente para desterrar toda sombra de duda y aceptarla confiadamente con la seguridad de su dirección.
Qué bella es la historia de Jeremías referente a la impresión que recibió de parte de Dios, relacionada con la compra de la heredad de su tío Salum en el campo de Ananot. El profeta no obró según esa impresión de Dios sino hasta el día siguiente cuando Hanameel, hijo de su tío, vino hasta el patio de la cárcel donde se encontraba y le ofreció en venta la finca. Allí, cuando se da la evidencia externa de la oferta, en consonancia con la impresión inicial que había recibido de parte del Señor, es cuando Jeremías cae en la cuenta y reacciona diciendo: “Entonces comprendí que era palabra del Señor”. (Jer 32)
Él esperó hasta que Dios secundó la impresión inicial con su providencia divina, y entonces obró en consecuencia con aquellos hechos tan claros y contundentes tanto para él como para otros.
Amados amigos lectores, Dios quiere que obremos en armonía con sus impresiones. Donde señala el dedo de Dios, allí su mano abrirá camino. No digamos en nuestro corazón que nosotros haremos o dejaremos de hacer, sino tengamos la paciencia para esperar un poco hasta que Dios nos dé a conocer su camino. Y mientras el horizonte esté oculto, no debemos actuar, sino esperar pacientemente su dirección.
Hay una ocasión en la que Jesús, después del gran milagro de la Multiplicación y precediendo el otro gran milagro de la barca en medio del mar; despide a la multitud y sube al monte a orar aparte; y cuando llega la noche, estaba allí sólo. Creo que de aquí podemos aprender el secreto de la fortaleza: ¡La soledad y la espera en Dios! Aun Cristo Jesús sintió la necesidad de la soledad perfecta. Él solo, enteramente solo consigo mismo.
El trato con otros y la demasiada permanencia con la multitud, hace que nos distraigamos y agota nuestros recursos; por eso es necesario acudir a la soledad, a la quietud y el reposo para volver a reunir todos nuestros recursos y algunas veces para recomponer las partes dañadas de nuestra identidad, dándonos cuenta de nuestro elevado destino pero también de la fragilidad humana y de la constante dependencia de Dios.
Estoy tratando de enfatizar acerca de la importancia de estar solo con las realidades espirituales delante del Señor. No podremos cumplir nuestro destino y hacer aquello que debe ser hecho, sin mantener una plena comunión con Dios y sin tener un tiempo diario de oración y meditación en su palabra, en la soledad y el silencio de nuestro cuarto secreto.
Hay tiempo para todo, para estar con los amigos y disfrutar de la gente, para atender y servir a sus necesidades,  pero también para estar a solas con Cristo.   Si queremos comprendernos a nosotros mismos, debemos dejar que la multitud se marche hasta que quedemos solos con Jesús. En esa experiencia seremos solo Dios y yo. Él estará tan cerca de nosotros, como si en el espacio infinito no palpitase ningún otro corazón excepto el suyo y el mío.
Caros amigos: ¡Practiquemos esa soledad! ¡Practiquemos el apaciguar nuestro propio corazón! ¡Practiquemos el ejercicio de Dios y yo! No permitamos que nada ni nadie se interponga entre nosotros dos. ¡Dios y yo seremos una mayoría aplastante!
Sé que es difícil sentarnos en silencio en la presencia de Dios en medio de esta vida tan agitada y tumultuosa en la que vivimos; pero un espíritu apacible es de un valor inestimable para realizar actividades exteriores y no hay nada que dificulta más nuestra proyección laboral o familiar como un espíritu inquieto y afanoso.
En la quietud existe un poder inmenso. A veces el lenguaje mal usado complica las relaciones, pero todas las cosas ayudan a aquel que sabe cómo confiar y guardar silencio.
En vez de seguir luchando con las inquietudes del corazón, tratando de discernir aquellas impresiones recibidas en medio de la zaranda de la cotidianidad, debemos tomar tiempo para sentarnos delante del Señor y permitir que las fuerzas divinas de su Espíritu obren en silencio para ayudarnos a obtener los fines que aspiramos. Puede ser que no veamos o sintamos la forma de obrar de esa fuerza silenciosa, pero tengamos la seguridad que está presente y actuante y siempre está trabajando poderosamente a favor nuestro; solo debemos aquietar nuestro espíritu lo suficiente para poder ser transportados por las corrientes de su poder renovador.
Aprendamos a estar tranquilos y seguros en Dios en todas las situaciones en que nos encontremos.
Ora conmigo: “Querido Dios, ayúdame a aquietar mi corazón en tu presencia y a confiar que nada se ha escapado de tus manos. Gracias porque en la soledad de tu presencia encuentro la fortaleza de los siglos. Amén”
Recuerda: Búscale en la quietud y haz reposar tu corazón delante de él.

Abrazos y bendiciones en Cristo.

valeriomejia@etb.net.co

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