Eduardo Verano de la Rosa
La espada es símbolo de las armas. Las armas deben estar al servicio del derecho y este es un instrumento de paz. Si están por fuera del derecho es arbitrariedad y guerra, y la guerra es la negación de la paz y contraria a los derechos.
Por tanto, la espada debe estar sujeta al derecho y al servicio de los derechos y las libertades. Esta relación entre espada, derecho y paz la tuvieron clara nuestros padres fundadores, tanto es así que en el Congreso Constituyente de Cúcuta en 1821, Simón Bolívar en su discurso de posesión como presidente dijo: “Esta espada no puede servir de nada el día de paz, y éste debe ser el último de mi poder; porque así lo he jurado para mí, porque lo he prometido a Colombia, y porque no puede haber república donde el pueblo no está seguro del ejercicio de sus propias facultades”.
Bolívar tenía la formación ciudadana suficiente para reconocer que una república es el gobierno de las leyes y que la soberanía, es decir, la fuente del poder del que debe emanar las leyes es la ciudadanía.
En rigor, la fuente del poder no es la espada sino la razón ciudadana. Por este motivo, en el discurso citado también dijo: “Yo quiero ser ciudadano para ser libre y para que todos lo sean. Prefiero el título de ciudadano al de Libertador porque éste emana de la guerra, aquel emana de las leyes. Cambiadme, Señor, todos mis dictados por el de buen ciudadano”.
Otro padre fundador, Francisco de Paula Santander, conocido como el hombre de las leyes, a juicio de algunos historiadores en el mismo Congreso de Cúcuta dijo: “Colombianos, las armas os han dado la independencia, las leyes os darán la libertad”. En el discurso, igual dijo: “Pero, señor, siendo la ley el origen de todo bien y mi obediencia el instrumento de su más estricto cumplimiento, puede contar con que el espíritu del congreso penetrará en todo mi ser y yo no viviré sino para hacerlo obrar”.
El espíritu del Congreso Constituyente de 1821, en la que se expidió la carta constitucional fundadora de nuestra república es el norte y parte de las raíces de nuestra institucionalidad y en esta se señala que debe reinar un gobierno de la ley y que la espada estuviese al servicio del gobierno de las leyes, por tanto, es vital la obediencia a las leyes y al derecho. Es por esto que la espada debe estar en la vaina bien guardada y no rendirse culto a ella sino al derecho.
La espada guardada en su vaina es símbolo de una sociedad civilizada, en la que el hombre ha dejado de comportarse como bestia. Una cultura de paz es la que debe cultivarse y desarrollarse bajo el amparo de la obediencia al derecho.
Es que el hombre es proclive a la violencia. En su discurso “Destino y misión” en plena segunda guerra mundial el Nóbel de Literatura Thomas Mann, nos enseñó que: “No hay el menor peligro que la razón tome demasiado incremento en la tierra, de que en la tierra pueda haber un comportamiento excesivamente razonable. No hay el menor peligro de que los seres humanos un día se conviertan en ángeles… Pero no hace falta mucho, como se ha visto, para que se transforme de manera exageradamente interesante en bestias”.
La espada, insisto, debe permanecer en la vaina, y existe una carta política que consagró la paz como fin en 1991, que merece ser revisada para corregir la distribución del poder en el territorio en forma democrática.