Por: José Gregorio Guerrero R.
A Pablo Arias Molina, en los balcones del cielo
Bajó la cabeza, me miró a los ojos y me dijo: si te comes todo, sin dejar nada en el plato te llevo a conocer al ser humano más inteligente del mundo. Lo que él no sabía era que para mí el mundo no era más que las 18 calles y las 14 carreras donde sucedía mi vida.
Le pregunté, ¿es de este mundo o del otro? Volvió a bajar la cabeza y mirándome a los ojos me dijo: sea de este o del otro tienes que comerte todo. Es decir que cumpla o no tus deseos me vas a llevar a conocer al extraterrestre que dices, es el ser más inteligente del mundo- le dije como para no sentirme comprometido a comerme la última cucharada de comida que quedaba en el plato. Bajó la cabeza nuevamente- entonces friégate, tu te lo pierdes- me dijo con una pícara sonrisa de esas que coleccionan el tinte delatador de las sorpresas ocultas.
Yo sabía, sin esfuerzo de imaginación, que la ida a conocer al extraterrestre más inteligente del mundo iba acompañada de una invitación a comer algodones de colores en la plaza, y de regreso arepas de queso con carne molida donde La Bella, me muero por esas arepas, me gusta su olor. Pero me sentía descubierto cuando sabían mis gustos, por que los gustos son sólo de quien los usa, y eran utilizados en mi contra. Introduje en mi boca la última cucharada que quedaba en el plato y le dije: quiero conocer al hombre más inteligente del mundo- para no sentir la amarga sensación de ser manejado por mis deleites. –
Si. Está bien. Pero traga primero, no se habla con la boca llena- me dijo.
Cruzó el patio y se dirigió al último cuarto. De allá salió como cuando alguien se va de viaje para clima frío y regresa al tiempo, y entre la distancia y el tiempo repujan por fuera un ser diferente al que se fue. Parecía irse a encontrar con la mujer que nunca le conocí. A pesar de su edad las mejillas parecían unos duraznos, un ombligo hecho de mala gana en una barriga inmensa. Ya cuando venia de regreso era otro, una visera roja, la camisa del mismo color, diferente a la de todos los días y dejaba tirada en el aire una estela perdurable de María Farina de la panameña.
Entonces me dijo: vamos que se hace tarde, los hombres tenemos que ser puntuales. Me tomó por la mano y salimos de la casa en la avenida pecastro hasta la calle del cesar, luego en la esquina de la catedral doblamos a la derecha hasta salir a la plaza. En el camino guardó un severo silencio.
En varias oportunidades le indagué para dónde íbamos y en el último intento me dijo: para la plaza. “Y no hables cuando camines por que te da bazo”-. Por el camino vi los algodones de colores, venta de cholados de cola, piña, y tamarindo; las crispetas de sal y de azúcar, bolones de tamarindo, harina de maíz a 50 centavos el puñado. Y me acordé que cuando se tiene la boca llena de harina no se puede decir fósforo por que la espolvoreas en el aire. Evité abrir la boca para no ser victima de un bazo, pues así me dijo Pablo.
Al llegar a la plaza una nube roja tapizaba el empedrado. Gonzalito Cotes era el único que estaba vestido todo de blanco. Pablo me montó en sus hombros y me dijo: allá en aquella tarima vas a ver al hombre más inteligente del mundo. Había banderas inmensas rojas. Creo que era el mes de octubre por que la brisa sabía a lluvia.
De la hora no me acuerdo, no sé si fue de mañana o de tarde. Tenía que ser de mañana por que de tarde Gonzalito poco salía. Estoy casi seguro que no era de tarde porque recuerdo ver a Efraín con su ropaje recién planchado y con el cabello aun húmedo, me acuerdo que se acercó Efraín y me dijo: tan chiquito y ya eres Liberal, y le dije: y tu tan grande y no dejas de ser Adarraga. Sonrió, y siguió su camino, creo que iba para la iglesia. Lleno de emoción me dice Pablo: ¡ese es el hombre!, ¡ese es el hombre! El más inteligente del mundo. Estaba vestido con un pantalón de color de perro corriendo y una camisa roja, su nariz era grande y redonda, con unas gafas de marco negro y grande.
Pregunté: Pablo, ¿cómo se llama ese cachaco? suspiró y me dijo: es el único cachaco costeño. Ese es el hombre, se llama López y ese es el pollo.
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