Por. Marlon Javier Domínguez
La búsqueda de utilidad y el pragmatismo que se respira en el ambiente en esta hora de la historia van permeando poco a poco la forma como actuamos y como concebimos las cosas. En efecto, movidos por la necesidad, tendemos a instrumentalizar casi todo: la palabra, las personas, las instituciones, la religión, etc. Además, tendemos a buscar en cada circunstancia de nuestra vida lo práctico, aquello que sirva para solucionar aquí y ahora una determinada situación. En medio de afanes se nos pasan los días y vamos dejando atrás la capacidad de admiración, de formular preguntas y, lo que es peor, de buscar respuestas.
Ser maestro de escuela me ha llevado a redescubrir en los niños esa inquietud natural de conocerlo y comprenderlo todo. En estos días, por ejemplo, una de mis estudiantes, antes de saludarme incluso, acribilló la clase que con tanto esfuerzo yo había preparado la noche anterior con la siguiente pregunta: “Mister, ¿Cómo puedo escuchar a Dios? ¡Yo quiero oír a Dios! Tú nos dices que Dios le habló a Abraham, a Moisés y a otros, ¿Por qué no me habla a mí?”. En las dudas inocentes de aquella pequeña de tan sólo seis años vi reflejadas las dudas de tantos adultos que, por estar demasiado ocupados o por tener tanto tiempo libre, ya se olvidaron de preguntar.
Dios ha hablado siempre a los seres humanos, lo que ocurre es que no lo ha hecho siempre de la misma manera. A los antiguos profetas y patriarcas Dios les hablaba a través de sueños y visiones, y a algunos otros les dejó escuchar directamente su voz, pero a nosotros ni lo uno ni lo otro. Dios quiere que creamos en Él no arrastrados por el peso de las evidencias, sino por la fe.
Dios nos habla de otras formas. Nos habla a través de las Sagradas Escrituras leídas y meditadas con devoción, ellas son (aunque en lenguaje humano) Palabra del Dios que nos ama, y no simplemente narran acontecimientos pasados, sino que nos enseñan una manera de vivir. Nos habla Dios a través de las personas que ha puesto en frentenuestro y nos enseñan el buen camino: nuestros padres, maestros, guías espirituales y amigos. Dios nos habla también por medio de los acontecimientos de nuestra vida, tanto de los que son cotidianos como de los que resultan ser trascendentales, nos habla para enseñarnos su amor, para mostrarnos su presencia al lado nuestro, para consolarnos o incluso para corregir nuestros errores. Nos habla Dios a través de la belleza y perfección de lo que nos rodea, pero en todos estos casos nos habla “con palabras de silencio que sólo puede escuchar el corazón”.
Tomé a la pequeña de la mano y la conduje al jardín, en donde una rosa acababa de abrir casi completamente sus pétalos que aún exhibían unas cuantas gotas de rocío; los grandes ojos negros de mi compañera se fijaron en ella y sus palabras fueron casi una oración: “¡Qué linda es!” La corté suavemente y la adherí a su cabello mientras le decía: “Dios la hizo para ti”. No sé si entendió lo que quise decir, pero el beso que estampó en mi mejilla me hizo sentir más que satisfecho.