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Escrito para el medio periodístico

MEDIO AMBIENTE

Por: Hernán Maestre Martínez

Valledupar Ciudad Ecológica de Colombia. Recuperemos y conservemos las cuencas de los ríos Guatapurí y Cesar. Hagamos causa común para que el Embalse de Besotes sea una realidad, es agua para la vida en Valledupar, La Paz y San Diego.

Al leer el libro “Yo no vengo a decir un discurso” en  su primera edición de octubre del año pasado, de la autoría de Gabriel García Márquez, encontré que  entre sus tantas intervenciones y en diferentes escenarios por variados motivos, uno que me llamó especial atención pronunciado en su calidad de presidente de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, de  plasmarlo en esta columna del día de hoy, con motivo de la próxima celebración del día del periodista, y lo hacemos por su pertinencia con este gremio y por ser producto de la pluma de un verdadero periodista ungido con el Premio Nobel de Literatura, para orgullo nuestro; se trata de un discurso que hizo en Los Ángeles, Estados Unidos, el 7 de octubre de 1966, o sea, hace 14 años, el cual intituló, “PERIODISMO: EL MEJOR OFICIO DEL MUNDO”.
Al considerar que este documento en la actualidad cobra todo su valor con verdades incontrovertibles, hacemos alusión a estas reflexiones:
“A una universidad colombiana se le preguntó cuáles son las pruebas de aptitud y vocación que se hacen a quienes desean estudiar periodismo, y la respuesta fue terminante: ¨Los periodistas no son artistas”. Estas reflexiones, por el contrario, se fundan precisamente en la certidumbre de que el periodismo escrito es un género literario. Lo malo es que los estudiantes y muchos maestros no lo saben o lo creen. Tal vez a eso se debe que sean tan imprecisas las razones que la mayoría de los estudiantes han dado para explicar su decisión de estudiar periodismo. Uno dijo: “Tomé comunicaciones porque sentía que los medios ocultaban más que lo que mostraban”. Otro: “Porque es el mejor camino para la política”. Sólo uno atribuyó su preferencia a que su pasión por informar superaba su interés por ser informado.
Hace unos cincuenta años, cuando la prensa colombiana estaba a la vanguardia en América Latina, no había escuelas de periodismo. El oficio se aprendía en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente, en las parrandas de los viernes. Pues los periodistas andaban siempre juntos, hacían vida común, y eran tan fanáticos del oficio que no hablaban de nada distinto del oficio mismo. El trabajo llevaba consigo una amistad de grupo que inclusive dejaba poco margen para la vida privada. Los que no aprendían en aquellas cátedras ambulantes y apasionadas de 24 horas diarias, o los que se aburrían de tanto hablar de lo mismo, era porque querían o creían ser periodistas, pero en realidad no lo eran. Los únicos medios de información eran los periódicos y la radio. Ésta tardó en pisarle los talones a la prensa escrita, pero cuando lo hizo, fue con una personalidad propia, avasallante y un poco atolondrada, que en poco tiempo se apoderó de su audiencia. Se anunciaba ya la televisión como un ingenio mágico que estaba a punto de llegar y no llegaba y cuyo imperio de hoy era difícil de imaginar. Las llamadas de larga distancia, cuando se lograban, eran sólo a través de operadoras. Antes de que se inventaran el teletipo y el télex, los únicos contactos con el resto del país y el exterior eran los correos y el telégrafo. Que, por cierto, llegaban siempre.
Un operador de radio con vocación de mártir capturaba al vuelo las noticias del mundo entre silbidos siderales, y un redactor erudito las elaboraba completas con pormenores y antecedentes, como se reconstruye el esqueleto de un dinosaurio a partir de una vértebra. Sólo la interpretación estaba vedada, porque era un dominio sagrado del director, cuyos editoriales se presumían escritos por él, aunque no lo fueran, y casi siempre con caligrafías célebres por lo enmarañadas. Directores históricos, como don Luis Cano, de El Espectador, o columnistas muy leídos, como Enrique Santos Montejo (Calibán), en El Tiempo, tenían linotipistas personales para descifrarlas, la sección más delicada y de gran prestigio era la editorial, en un tiempo donde la política era el centro neurálgico del oficio y su mayor área de influencia”.

NOTAS BREVES:
* Este escrito continuará en la próxima columna.
* Señor Alcalde, siga demostrando que cuando se trabaja con ahínco y seriedad se tiene éxito. Siga cumpliendo con su plan de desarrollo. Qué lástima que no lo escogimos para el período de 4 años.

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