Recojo los análisis de Juan Manuel Santos, columnista de El Tiempo en 1996, a raíz del Proceso 8.000 y la crisis de gobernabilidad de Samper. El 1º de marzo escribía: “El problema de fondo, el que realmente afecta su capacidad para gobernar, es que perdió la credibilidad. Cualquier cosa importante que proponga el Gobierno, (…), será interpretada como una nueva cortina de humo…”.
Hoy Santos enfrenta también la pérdida de credibilidad por la financiación de sus campañas, al punto que la pregunta de moda es: ¿Le cree a Santos: SÍ o NO? Hoy también, cualquier cosa que proponga será interpretada como cortina de humo y la falta de credibilidad afecta la gobernabilidad, mientras su Unidad Nacional se desbarata con el trasteo de lealtades enmermeladas hacia mejores postores en 2018.
Los resultados de la colaboración judicial internacional dirán si los 400.000 dólares de Odebrecht y los 150.000 de Interbolsa en 2010, son apenas la muestra de lo sucedido en 2014. Mientras tanto, un país fracturado en lo político por un gobierno que desoyó la voluntad popular, en lo económico por el manejo improvidente de una bonanza, y en lo moral por la corrupción rampante, elegirá en 2018 entre más de lo mismo, o un timonazo hacia la recuperación de la credibilidad en sus instituciones, sin la cual tampoco hay capacidad de convocatoria. Por eso sonó desesperado el trino del 14 de marzo: ¡Convoco a los líderes del país a una cruzada por Colombia!, después del video en que Santos aceptó el “elefantito” de 400.000 dólares.
El país no le creyó que se acabara de enterar, y aún si creyera, reclama la responsabilidad política que Santos le exigía a Samper el 22 de marzo de 1996: “La responsabilidad política de todo lo que sucedió en la campaña es una cosa. Otra son las responsabilidades jurídicas. Todo se ha concentrado sobre lo segundo, y todo el mundo se ha lavado las manos frente a lo primero, que es lo fundamental”.
El 26 de enero, su columna fue una emotiva carta que culminó con una admonición con tufillo golpista: “Sea leal con su patria (…): retírese con grandeza y recibirá el reconocimiento de los colombianos y de la historia”.
El dos de febrero insistió: “La salida del presidente Samper no es, ni mucho menos, la solución a la profunda crisis (…). Es apenas una condición necesaria…”.
El 16 de febrero le restregó a Samper unas declaraciones de 1986: “Pensamos que la palabra renunciar es censurable manifestación de debilidad y que la fortaleza de un gobierno, con el sol a las espaldas, se mide por su capacidad para cohabitar con el desprestigio y los errores de sus funcionarios sin caerse. Cuando lo cierto es que si un gobierno debe apelar a estos procedimientos para no caerse, no debe extralimitarse en su esfuerzo: ya está caído”. Contundente. Hoy Santos no solo es esclavo de su realidad sino de sus palabras.