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Escalofriante predicción

Alissa Zinovievna fue una filósofa y escritora nacida en San Petersburgo en 1905 y fallecida en Nueva York en 1982, poco conocida pero muy importante. Luego de salir de Rusia, casarse con el actor Frank O´Connor y hacerse ciudadana americana en 1931, tomó el nombre de Ayn Rand. Admiró siempre a los Estados Unidos, país del que dijo: “Soy estadounidense por elección y convicción. Nací en Europa, pero emigré a Estados Unidos porque este era el país donde uno podía sentirse totalmente libre para escribir.” 

La importancia de Rand radica, además de sus escritos y novelas, en que desarrolló el sistema filosófico denominado Objetivismo en el que apoyaba como propósito de la vida la búsqueda de la felicidad, al capitalismo como el sistema más productivo y generador de bienestar y al arte como la manifestación de la transformación de ideas metafísicas a físicas por medio de obras que pueden comprenderse y generan expresiones emocionales. Fiel admiradora de Aristóteles dedicó su existencia a pensar, repensar y a escribir. 

Como producto de un ejercicio de análisis político alguna vez Rand expresó: “Cuando adviertas que para producir necesitas obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por su trabajo y que las leyes no te protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra tí; cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un auto-sacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada.” Permítanme entonces analizar estas sabias afirmaciones a la luz de la realidad colombiana. 

Actualmente en Colombia sucede lo que Rand visualizó: los empresarios e industriales ahora deben someterse a los designios de quienes jamás han producido un centavo, de quienes no tienen la menor idea de lo que es crear empresa, de quienes nunca han producido ni riqueza ni desarrollo. 

Ahora, como lo hemos visto con los casos de Nicolás Petro -hijo del presidente- y de Juan Fernando Petro -hermano de Gustavo y por ende tío del anterior-, la corrupción es rampante. Desde las épocas de la campaña manifestamos cómo entraron a las arcas del Pacto Histórico dineros provenientes de Rusia, China, Venezuela, pero especialmente, de narcos colombianos interesados en recibir el perdón del Estado por medio de leyes que el futuro gobierno presentaría al Congreso de la República. 

Así ha pasado, ya los hampones en Colombia pueden lavar sus pecados y así proteger sus fortunas manchadas de sangre y muerte para pavonearse por las calles de los municipios de nuestro país. Recordemos cómo los Pactos de la Picota pretenden que políticos y mafiosos encarcelados puedan salir pronto y limpios a disfrutar de la vida y de la admiración popular; es que caímos tan bajo que hoy un guerrillero es quien ocupa el Solio de Bolívar.

Las leyes hoy pretenden establecer un nuevo orden en el que se premia al delincuente y se persigue al ciudadano honesto, honrado, tranquilo, a aquel que cumple las normas y que es consciente de que debe cumplir el contrato social, aunque a veces sea injusto.

Lamentablemente las palabras de Ayn Rand cobran vigencia hoy más que nunca en varios países latinoamericanos, entre los que, como hemos visto, Colombia sería uno de aquellos en los que las padecemos. El maldito Socialismo del Siglo XXI, aquella máquina para fabricar pobreza que se gestó desde hace años con pensadores como Marx y personajes como Lenin, Mao, Fidel, Chávez, Maduro y Ortega, y que posicionó el Foro de Sao Paulo, es descrito de manera real y objetiva por Rand. Triste que después de tantos años de estar causando dolor, mal, hambre y muerte en el mundo, la izquierda tenga vigencia en democracias que le dieron la espalda al bien y quisieron, como la Venezuela de finales del siglo pasado, experimentar cambios liderados por hombres sin escrúpulos que antes empuñaron el fusil contra sus compatriotas.

Por Jorge Eduardo Ávila

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