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¿Es posible un fraude electoral en Estados Unidos?

Ante los desbocados anuncios del presidente y candidato Donald Trump, sobre la eventualidad de fraude en el estado de Pensilvania en el proceso electoral que lo enfrenta a Joe Biden, decidí transcribir la opinión del profesor y politólogo de la Universidad de Chicago, John Mark Hansen, el cual subrayó: “un fraude de la escala suficiente para afectar una elección presidencial, o siquiera lograr una remontada en un estado, requeriría planeación, coordinación, buena suerte y una alta tolerancia al riesgo. Las probabilidades de lograrlo con éxito son sumamente escasas”.

¿Qué tan difícil sería ordenar 62.000 papeletas ilegales?

Las probabilidades de que 62.000 partidarios de Biden en Pensilvania votaran de improviso con una segunda boleta ilegal, ya sea en persona o por correo, en la práctica, son de cero. Es difícil creer que cualquier votante se expondría a ser arrestado por cometer un delito grave, así como recibir multas y una sentencia de prisión, sin saber si alguien más también lo estaba haciendo con tal de otorgarles un voto más a los demócratas para que ganaran en Pensilvania. Un fraude de la magnitud necesaria tendría que estar organizado.

¿Y qué requeriría ese proceso?

Tal vez una mente maestra del fraude reclutaría a mil cómplices que generarían 62 boletas ilegales por cabeza. Esos mil participantes tendrían que arriesgar su reputación, sus recursos y su libertad para vencer a Donald Trump en Pensilvania. Tendrían que ser capaces de mantener en secreto su labor en ese momento y para siempre, y confiar en que el resto de sus colaboradores haría lo mismo. El trabajo de los mil implicados en el fraude exigiría mucha habilidad y un montón de suerte. Cada uno podría intentar convencer a 62 personas de que voten una segunda vez, pero sería una tarea difícil.

Como protección contra el fraude, Pensilvania exige que la mayoría de las personas que solicitan boletas de voto por correo proporcionen una identificación, ya sea una licencia de conducir o el número de un documento de identidad, o al menos los últimos cuatro dígitos de un número de Seguro Social. Así que, de alguna forma, los encargados del fraude tendrían que averiguar los números correctos de identificación de los 62 votantes.

Si uno de los electores reales acudiera a votar o solicitara una boleta por correo, su teatro se vendría abajo y quedarían expuestos a una situación legal riesgosa. Ahora multiplica todas estas dificultades por mil, ya que los mil cómplices enfrentarían los mismos problemas.

Manifiesta el profesor John Mark Hansen: “Acabamos de vivir cuatro años de la presidencia más divisiva y deshonesta en la historia de Estados Unidos, una que atacó los dos pilares de nuestra democracia: la verdad y la confianza”.

Esto último es probablemente el significado de la debacle electoral del presidente Donald Trump, sin embargo, amigo lector, usted puede beber de otra fuente, para mejorar su argumento.

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