‘En pelea de marido y mujer nadie se debe meter’. La frase anterior es ampliamente conocida en Colombia; suficientemente replicada y tan arraigada en nuestro imaginario popular que ha sido, quizá, una de las más dañinas, y con esto nos referimos a esos paradigmas que no permiten la acción de cambio.
En palabras más sencillas, la gente no actúa ante la violencia hacia la mujer (pareja), pues esa frase es más ley que lo establecido en el artículo 67 de la Ley 906 de 2004: “Deber de denunciar. Toda persona debe denunciar a la autoridad los delitos de cuya comisión tenga conocimiento y que deban investigarse de oficio”.
Todos estamos en el deber civil de denunciar el maltrato, teniendo en cuenta que en un alto porcentaje las víctimas de violencia por parte de sus parejas no denuncia por las razones ampliamente conocidas. Por supuesto esto muchas veces termina en muerte.
Hoy lamentamos, como ya lo hemos lamentado y condenado en el pasado, el asesinato de Angy Paola Castilla Olivero. Ayer, con frialdad, y como si se tratara de haber roto un vidrio, su excompañero sentimental Francisco Javier Ravelo Correa confesó haber contratado a un sicario para asesinarla. El capturado y la mujer asesinada engendraron dos hijos.
Los orígenes de este problema que está cobrando la vida de mujeres en todo el mundo son muchos: un hombre con instinto asesino que ni la educación o la fe lograron dominar. Una familia ausente, y por supuesto todo amalgamado con problemas de salud mental.
El hecho es que este año ya tenemos cuatro casos de mujeres asesinadas por su compañero o excompañeros sentimentales. Y un caso más por confirmar. Yuleivis Esther Rojas Pérez asesinada con una piedra el 14 de enero; Amadis Esther Bedoya Herrera, de 16 años, asesinada con arma blanca en su vivienda el 1 de marzo en Tierra Prometida; María Claudia de la Rosa Estrada, asesinada en por el marido con cuchillo quien se intentó suicidar, hechos ocurridos el 28 de abril en Lorenzo Morales, y Angy Paola Castilla Olivero, asesinada de dos tiros por el exmarido el pasado 20 de junio.
El crimen de Ilina Guerra, cometido en la avenida Sierra Nevada, noroccidente de Valledupar, aún no ha sido tipificado como feminicidio, pero el hecho generó por supuesto el rechazo de la ciudadanía.
Es hora de que nos metamos. Una tragedia puede ser evitada por sus protagonistas, sus familiares, allegados, pero esto no ocurre porque todos creen que no hay mucho que hacer pues no es asunto de nadie más que de los protagonistas. Hoy los protagonistas somos todos y con cada víctima dimensionamos el inmenso problema de salud mental. Ya hemos escrito sobre los hombres que no aceptan ser los ex y las consecuencias que esta conducta acarrea en la vida de estas mujeres.
Es hora de contribuir con valor civil a la diminución de los índices de feminicidios, violencia contra la mujer de todo tipo. Las denuncias anónimas también son una opción. Y si la pareja después de violencia física y mental vuelve a la reconciliación, que esto no sea motivo para evadir un deber moral. Podríamos estar evitando una tragedia más. Hoy, los familiares y amigos de cada una de las víctimas, algunos de ellos, estarán lamentando no haber intervenido a tiempo y contundentemente.