En nuestro país cada escándalo supera al anterior, tanto en monto del desfalco como en personalidades vinculadas al ilícito. Lo que hace unos meses percibimos como un gran latrocinio, al desaparecerse los recursos del internet de los niños de la zona rural, hoy por cuenta de la subjetiva manipulación del Organismo Colegiado de Organización y Decisión-OCAD Paz, este es apenas la cuota inicial de una frustración.
Muy seguramente, tanto desgreño administrativo hizo que una propuesta política alternativa triunfara en las urnas en las pasadas elecciones presidenciales. El voto por Gustavo Petro tal vez fue el grito de emancipación de un pueblo, cansado de que las inversiones públicas se ejecuten solo para engrosar las particulares arcas de los implicados y no para aliviar la problemática colectiva, que cíclicamente es recordada únicamente cuando se estructuran promesas de campaña política, pero que infortunadamente al hacerse elegir son olvidadas.
La mutación electoral no fue fácil porque argumentar pánico hacia el cambio es lo más fácil. Todo tipo de sofismas cobraron vida en la cronométrica carrera por impedir la superación del statu quo de los mismos con las mismas. Los apocalípticos politólogos vaticinaban el consabido cataclismo en manos de un dirigente progresista, poniendo como referencia a Venezuela, Nicaragua y otras naciones tropicales que dilapidaron su haber político en la insatisfacción de sus gobernados.
En fin, todo un oscuro panorama para hacer olvidar los doscientos años de abandono.
Afortunadamente las decisiones económicas y políticas, implícitas en las reuniones con personalidades de la actualidad nacional, en los anuncios ministeriales y en las gestiones frente a representantes de países y organizaciones protagonistas del desarrollo, protección de la diversidad y los derechos humanos, ha dejado sin piso las malintencionadas premoniciones pre electorales. Poco a poco a ilusión de cambio cobra bisos de realidad.
Falta ahora que frente al gobierno se comiencen a cristalizar esas iniciativas y, sobre todo, se marquen diferencias con lo que venía. Ahí está el reto y el verdadero cambio.
Cierto es que en el Congreso de la República se necesitan aprobar unas reformas, pero la mayor de las novedades será cambiar las costumbres políticas que tiene a ese cuerpo colegiado sumido en el total descrédito. La contraprestación debe ser eminentemente en beneficio para las regiones a las que prometieron representar. El clientelismo parlamentario debe ser parte del pasado.
Igualmente, las decisiones del poder ejecutivo deben estar inspiradas en la asepsia administrativa y pasional, en buena hora trinó el anunciado ministro de Defensa, Iván Velásquez Gómez, “Un gobierno de paz no puede generar venganzas ni promover odios, pero tampoco proteger impunidades. No puede perseguir, pero tampoco encubrir. Así debe ser la magnanimidad del gobernante”. Un mensaje alentador para los que aún no se les pasa el susto…o el rencor.
Toda esta renovación debe llegar a las regiones. Es otra responsabilidad del entrante gobierno nacional. El cambio no va a ser tal, si las etéreas políticas públicas nacionales, son independientes a los hechos electorales en cada rincón de los departamentos. Ya basta de contubernios con clanes corruptos regionales, basta de concesiones a quienes se eligen con dineros del erario, luego en la contratación pública los recuperan exponencialmente y fundamentan su misión en mantener la inopia de los gobernados para seguir reinando.
Una buena tarea para nuestro presidente Gustavo Petro. Cuatro años son poco para la reforma estructural que necesita el país, pero si en ellos se sientan las bases sobre postulados éticos, la paulatina implementación de las transformaciones nos hará soñar que el cambio no es una ilusión. Fuerte abrazo. –