La violencia con sus diversos rostros de terror y amenazas se pasea por todas las ciudades de Colombia. Las imágenes y las descripciones de actos violentos invaden los medios de comunicación: atracos, asesinatos y violación de menores. La gente vive atemorizada y su primer grito de auxilio es reclamar la presencia permanente de la autoridad.
El miedo flagela a los colombianos. Los protagonistas de estos hechos delictivos son generalmente jóvenes que han caído en la dependencia del consumo de drogas o que hacen parte de la red del microtráfico. Algunos expertos llaman al microtráfico el azote ubicuo que desgarra el tejido comunitario y amenaza la vida, la salud y desborda el terror. Pero la violencia no es inevitable, es mucho lo que el Estado puede hacer para afrontarla y prevenirla. Un Estado eficiente y democrático, donde los funcionarios oficiales están íntegramente comprometidos con sus funciones y tengan como principio fundamental la responsabilidad. Las autoridades que les corresponden hacer cumplir las leyes, lo hagan con rectitud para imponer el imperio del orden y el respeto.
La pobreza y el desempleo son factores de crisis social, pero la drogadicción y el microtráfico son puntas de lanzas de la violencia. Es necesario operativos eficaces para el allanamiento a estas ‘ollas’ y resultados efectivos en la destrucción de las redes que imperan en la ciudad y se ha extendido hasta algunos pueblos. Una política en tal sentido debe ir acompañada también de un plan de rehabilitación y recuperación de los habitantes de calle. En los procesos de recuperación de la salud del drogadicto, la familia debe cumplir con la función de brindar afecto a sus miembros aún en la presencia de conflictos y dificultades. El afecto es una necesidad fundamental, porque sólo se aprende a amar, cuando se es amado.
La característica más destacada de la especie humana es su educabilidad, el hecho de que todo lo que sabe y hace como ser humano ha de aprenderlo de otros seres humanos, por eso es importante resaltar la responsabilidad de los padres en la educación de los hijos. La familia es la primera instancia de autoridad con la cual se enfrenta el individuo; y es fundamental que desde temprana edad se pongan en prácticas normas que fomenten la disciplina, el respeto y el estudio.
El binomio familia-escuela debe institucionalizar diálogos permanentes, para optimizar en los jóvenes los compromisos que resalten la capacidad de reconocer sus derechos y deberes, e implementar programas de desarrollo cualitativo de la salud física y mental para evitar las tentaciones de las drogas, el fanatismo y la violencia.