Por Juan Rincón Vanegas
juanrinconv@hotmail.com
A mi pueblo Chimichagua mi paisano, amigo y después compadre, Manuel Zambrano Amaris me llevaba cada mes de Valledupar un encargo especial. Una caja de cartón llena de ediciones de El Heraldo. En esos días me la pasaba leyendo noticias viejas, que para mis ojos eran nuevas y me hice la ilusión de algún día escribir en ese periódico.
Tiempo después ingresé a diferentes medios de comunicación y en el cubrimiento del Festival Vallenato tuve la oportunidad de conocer en el sótano de la tarima Francisco El Hombre de la Plaza Alfonso López de Valledupar, a Ernesto McCausland, a quien ‘La Cacica’, Consuelo Araujo Noguera le dijo que yo era un pichón de cronista.
En ese momento comenzó a florecer mi ilusión de escribir en el periódico de Barranquilla, y me hice amigo de Ernesto. Él me animó a seguir por la línea de las crónicas y es así como me publicó la primera dedicada a Juancho Roís y sus tres amores: su mamá, su esposa y su hijo. Esa fue la partida para muchas, hasta llegar hace poco a Diomedes Díaz y su adoración en La Junta y Carrizal.
Desde siempre he sido un oyente, lector y televidente empedernido de sus crónicas en radio, prensa o televisión, lo mismo que de Juan Gossaín y el nunca olvidado Fabio Poveda Márquez. He sido toda la vida un McCauslita consumado.
Muchas veces Ernesto me encargó varias crónicas que cumplidamente las hacía, pero hubo una que se hizo a medias. Se trató de la historia del indio Manuel María, que hizo célebre el maestro Emiliano Zuleta Baquero, porque vivía en Guayacanal y curaba con plantas desconocidas.
El trabajo de campo se cumplió en varios lugares de Valledupar y La Guajira, pero nunca aparecieron las fotos del famoso indio y quedaron quietas las letras en el computador.
En sus asistencias al Festival Vallenato, tocamos varias veces el tema de un gran proyecto para desenterrar la historia de la Piragua de Guillermo Cubillos, esa misma que partía de El Banco, viejo puerto a las playas de amor en Chimichagua, y que hizo célebre en un canto el maestro José Benito Barros. Esa historia siempre estuvo en el tapete, pero por sus compromisos nunca cuajó.
El Rey…
Con su pluma adornó la vida y obra de varios personajes vallenatos, recibiendo grandes elogios, especialmente la realizada a Diomedes Díaz por su respuesta respecto a la muerte. Esa vez ‘El Cacique de La Junta’ dijo “A mí la muerte me afectaría, porque no sé para donde voy. Diario pienso en la muerte. No quiero morirme, le saco el cuerpo a cada ratico. Si fuera que yo supiera que de verdad uno sirviera más muerto que vivo, me muriera hoy. Enterrao, abajo de la tierra y con estos calores que hacen ahora. No me gustaría morirme, ni de viejo. Por cierto, que cuando yo llegue a viejo, ya la ciencia está un poco avanzada y esa es la esperanza mía”.
En medio de la tristeza por la partida del colega y el amigo fiel, aparece el comunicado de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata, donde con todos los honores lo destaca como el Rey Vallenato de la crónica.
Soberano reconocimiento que lo pinta de pies a cabeza, como grande, no por su estatura, sino por todo lo que hizo a favor de la cultura costeña y su entrega a las historias de los juglares y principales protagonistas de la música vallenata.
Ernesto fue un defensor acérrimo de la crónica y precisamente al recibir a través de sus hijas, el premio Simón Bolívar, vida y obra, dejó sentado en el documento de agradecimiento lo siguiente: “No defiendo la crónica por algún motivo romántico, de poeta nostálgico. Lo hago porque creo que, a través del aprovechamiento pleno de los recursos del lenguaje, del vuelo del espíritu que ella implica, de las herramientas estilísticas que aporta, de la honestidad que demanda, de su exploración real del ser humano, nos aproximamos más a la verdad”.
El último mensaje
Al recibir el mencionado premio recibió muchos mensajes de felicitación. Entre ellos le envié uno. “Ernesto, vida y obra gloriosa, porque la crónica se anida en tu corazón”. Me respondió con una palabra: “Gracias”.
Precisamente, esa es la única palabra que ahora se puede utilizar para declarar el agradecimiento al colega que exaltó al periodismo vallenato, que se pegó con todo su sentimiento al Festival Vallenato, que se enamoró de las historias humanas de este lado de la Costa Caribe y que me dio la oportunidad de contar las historias vivas de personajes humildes, pero cargados de grandes atributos, como el hombre de Chimichagua, que a sus 65 años no ha hecho el amor porque se cree un santo de carne y hueso.
Desde que se conoció la noticia de su deceso no quise saber nada de su sepelio, porque me lo quiero imaginar montado en la Piragua y que la brisa de la ciénaga de Zapatosa lo acaricie y pueda cantar: “Me contaron los abuelos que hace tiempo”….
En medio de la tristeza por la partida del colega y el amigo fiel, aparece el comunicado de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata, donde con todos los honores lo destaca como el Rey Vallenato de la crónica. Soberano reconocimiento que lo pinta de pies a cabeza, como grande, no por su estatura, sino por todo lo que hizo a favor de la cultura costeña y su entrega a las historias de los juglares y principales protagonistas de la música vallenata.