Hace apenas 20 años, Venezuela era llamada en serio y en broma “La Venezuela Saudita” por el estándar de vida de sus habitantes derivado de su venta petrolera. Fue el destino de personas de todas las latitudes escogieron en la búsqueda de nuevos horizontes y oportunidades.
La bonanza duró más de medio siglo y fue el botín que financió el despilfarro de la “Era democrática” a la cual no tuvo acceso el estrato vulnerable de la nación. La dirigencia política tradicional no escuchó a quienes clamaban por “Sembrar el petróleo” para liberarse de la dependencia importada.
Sobre el descontento popular como abono llega el Socialismo del Siglo XXI y su falso mesías justo cuando la democracia venezolana se desmoronaba ante los ojos de sus líderes que ven incrédulos a millones de voluntades saltando a la talanquera hacia el nuevo liderazgo que comienza a atraer multitudes insatisfechas.
Las multitudes que cultivaba la verborrea mesiánica de Hugo Chávez concurrían a escuchar las promesas que se vendieron a buen precio electoral hasta su muerte. Sin embargo, el “Comandante Eterno” no cumplió con sus ofertas y no dejó un inventario de obras para el bienestar popular, lo contrario, las carencias y necesidades crecieron exponencialmente desapareciendo la clase media y manteniendo más pobres a los pobres para imponer las teorías de los idealistas de los socialistas del siglo XXI.
El error histórico del “Comandante Supremo”, quien sabiéndose moribundo fue a aceptar la imposición de Raúl Castro de endosarle a Nicolás Maduro, un exchofer de escasos estudios, su capital político para continuar su legado, cuando no tenía ni tiene la mínima preparación para ocupar cargos de eminencia.
La carencia de talento en la cúpula de la revolución y la lluvia de arribistas que rodearon a Chávez cazando oportunidades, resultó en la funesta improvisación de los mandos medios a quienes se les dio la responsabilidad de las industrias claves del país y que no supieron hacerle frente a los efectos de la caída vertiginosa de los precios del petróleo.
Ahí está el origen del desastre cataclístico de la Revolución Bolivariana, inspirada en el embeleco del socialismo del siglo XXI que ha sumido al pueblo venezolano en la tragedia sin precedentes en tiempo de paz que ningún país de la tierra haya padecido en la historia reciente de la humanidad.
La reconstrucción de Venezuela será una epopeya de mayor envergadura que el Plan Marshall en la época de la posguerra, pues habrá que refundar al estado al país y a la nación, reinstalar la vigencia del derecho y devolver a sus dueños todo lo expropiado por la dictadura stalinista.
Maduro caerá, porque la Ley de la gravedad de sus delitos cada día lo acerca más al banquillo de la justicia internacional, aun si algún país se arriesga a darle asilo a un huésped indeseable como él. Otra suerte le espera a sus secuaces cercanos sin inmunidad ni amnistía quienes no encontrarán refugio en ningún país decente, y tendrán que vivir como parias rechazados y repudiados en su propia patria recordados tristemente en el basurero de la historia.