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Era el mejor

Con Ponchito Cotes me unía una amistad heredada y ancestral, su papá era mi padrino y el mío lo llevó a la Pila Bautismal.

Sorpresivamente se nos fue, tal como a su papá lo traicionó el corazón y recuerdo cuando enfermo le dijo al viejo Chema: “este corazón bellaco ya no da pa’ más, me estoy acabando”, dos días después falleció, pero a Ponchito lo mató de un solo pretinazo y hoy lamentamos y lloramos su partida.

Era Ponchito un hombre excepcional, de vasta cultura irreverente e irrespetuoso, era un genio y los genios son diferentes a los demás, único para componer, silbar y cantar bellas canciones del folclor vallenato, verseaba y contaba anécdotas, era único, no tenía par.

Villanueva, su Villanueva y mi Villanueva del alma lo despidió como nunca lo había hecho con ninguno de sus hijos, con un homenaje apoteósico, donde un pueblo adolorido y triste llenó la Plaza de Santo Tomás para decirle con pañuelos blancos adiós a quien junto con Poncho Zuleta, Jorge Celedón, Jean Carlos Centeno e Israel Romero le cantó tantas serenatas. ¡Que pueblo!, ¡Que pueblo Dios mío!, ahí la cultura se da silvestre, más de diez oradores y no cansaron a la multitud, porque todas fueron unas oraciones de antología.

Sería injusto distinguir con nombre propio a alguno, pero lo hago con Beto Barros, su compadre, a quien vi destrozado y con una expresión de dolor conmovedora, el aspirante a la Alcaldía que Ponchito tuvo la osadía de decirle, como él lo hacia: “Vea compadre esto está jodido, usted está derrotao, retírese de esa cagá y únase a Beto Barros para que recupere su plata, usted no está en capacidad de enfrentar ese torrente de plata de Ñoñomanía”. No le hizo caso y la monda fue grande y entonces agregaba: “Yo se lo dije, pero como se creen la verga, no me paró bolas”.

Fue un consumado billarista con costosos tacos y finas bolas y en Villanueva echaba sus chicos y bebía, y bebía bastante, pues el ron le gustaba más que la comida, con el inigualable Galo Torres y tacos tan buenos como Augusto Yaguna, Cao Mendoza y Perolito, los fines de semana y aquí en el Valle, tomando agua o tinto lo hacía con mis hermanos Tico y Rolando, Hilario Añez, Jaime Céspedes, Norberto Romero, Manolo Valdés, Poncho, Orlando y Lino Calderón y su último chico lo jugó con Chago Rojas, todos lo acompañaron al cementerio.

Iba pero no jugaba a la mesa del dominó a pesar de que sabía meter fichas muy bien, porque mejor era ver, pues según él a Fausto, su querido hermano, Toño Maya, Marcelo Calderón, el Turco Yalil, Hilario Añez, William Mardo, Emilio Vence, El Negro Roys, Bernelly López y Juancho Pinto si juagaban en Villanueva caían ametrallaos por pícaros y a mí me asesinaban por bobo y pendejo.

Tenemos luto, nos duele el corazón por su desaparición, pero aún así le decimos a Betty su esposa, y a Héctor Alfonso su hijo, que tengan resignación ante los designios de Dios, que él no se equivoca y que sí se lo llevó era porque lo necesitaba, pues él definitivamente era el mejor.
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