La poesía, templo de mis sueños y vigilias, indagación de la luz en las andanzas del silencio. Comparto con mis lectores la celebración de mi libro, Epifanía de la memoria, que el próximo miércoles será presentado de manera virtual en la Biblioteca departamental Rafael Carrillo Lúquez.
Rodrigo Valencia Q, dice en el prólogo: “Leer un poemario es entrar en los recintos de un alma; de un espíritu ensimismado que rememora; una mente inmersa en obsesivos cantos a lugares y praderas de la vida. Cosas que han acontecido, pasado como viento indeleble, huellas en la piel y en los aires íntimos del tiempo. Pasajes, umbrales, campo y ancestros, amores y respetuosas elegías al entorno que dialoga con la memoria. Es atemperar la lectura con el sabor de las metáforas, el sabor de las palabras, el discurrir del verso con su música.
Al leer un poemario uno escucha, ve y oye. Se piensa lo que el poeta piensa, se oye su flautar en un recinto íntimo, el templo que es su cuerpo-espíritu en vigilia a la espera de la anécdota que canta. El tiempo es mariposa en el vaivén de los momentos de sigilo, acompasado ritmo que pasa de uno a otro lugar imaginario donde algo es posible, algo viene, algo va.
Y esto es José Atuesta Mendiola: un mirar entre velos impresionistas de la luz, un sonar desde el barro que modeló la sombra, la estancia en busca de proteger el mundo íntimo de la existencia guardada. Porque el poeta es sensible oído-ojo-y-voz. Ha sido testigo y sabe contar su testimonio, ese mirar que no se quedó en olvido porque la palabra lo re-crea, y el escucharlo nuevamente en la lectura es como abrir un ánfora de sueños guardados, protegidos por la espera de llegar a ser en otros ojos”.
Luis Mario Araújo Becerra, escribe: “José Atuesta Mindiola es un referente obligado de la historia literaria del Cesar. Desde que en 1982 publicase su primer libro, “A los ojos de todos”, ha venido consolidando un lenguaje y un universo. Lo que no es mérito menor: ha cumplido el anhelo más profundo de un escritor; tener una voz propia. En esta “Epifanía de la memoria”, el lector encontrará, sin duda, los elementos esenciales de esa voz: 1) Versos habitados por seres y espacios cotidianos: los amigos, el padre, la abuela, la madre, el río, los juglares, el patio, la región, “estas calles/que siempre han sido mías”. Ello, implica que su visión se nutre del mejor Neruda, aquel que nos enseñó que la poesía no es un canto a dioses y héroes lejanos, sino a las cosas que nos rodean y constituyen. Como diría César López Serrano “palpamos su sensibilidad por las cosas sencillas”. 2) En sus versos transita la nostalgia por el pasado; por lo (y los) que hemos perdido. En ese contexto, la memoria es un espacio de salvación. Un territorio en el que “La distancia es una línea que se borra…” y, otra vez, “estamos cerca”. 3) En sus versos persisten rumores de denuncia; de reclamo por lo que el hombre hace contra su medio y sus hermanos. “El exiliado…resiste el abismo…”.