“Tu plata y tu oro son míos, y tus mujeres y tus hermosos hijos son míos… Como tú dices, rey y señor mío, yo soy tuyo, así como todo lo que tengo”: 1 Reyes 20,3-4.
Esta es la historia de Ben-adad, rey de Siria. Quien, con un poderoso ejército, subió contra Samaria, le puso sitió y la atacó. Luego envío mensajeros a la ciudad a decirle a Acab, rey de Israel, que le entregara sus recursos, mujeres e hijos. El rey de Israel, responde con una entrega absoluta, cediendo a sus pretensiones.
Me propongo usar este ejemplo para expresar la entrega absoluta con que todo hijo de Dios debería someterse a su Padre.
Amados lectores: La condición para la bendición de Dios, es la entrega absoluta y total en sus manos. ¿Estamos dispuestos a entregarnos sin reservas en sus manos? Hay centenares de corazones que han respondido afirmativamente a su demanda y centenares que desean hacerlo, pero no se atreven. Hay también muchos que, habiéndola aceptado, han fracasado y se sienten condenados porque no hallaron el secreto del poder para vivir en victoria.
Esta demanda tiene su fundamento en la naturaleza misma de Dios. Él es la fuente de la vida, el manantial de la existencia, el origen del poder y la bondad; todo lo bueno que hay en el universo procede de Dios. Así, pues, ¡Dios espera nuestra entrega!
Cada cosa u objeto está dedicado a un uso particular, específico y concreto. Así mismo, para que Dios haga su obra cada día en nosotros, debemos estar enteramente entregados a Él. Dios reclama nuestra entrega absoluta a Él.
Dios es digno de ella; y sin ella, Dios no puede hacer su obra en nosotros.
La buena noticia es que, Dios no solo reclama entrega, sino que promete realizarla él mismo. Dios preparó a Abraham como padre de los creyentes y amigo de Dios. Acaso, No dijo Dios a Faraón: ¿Yo te he puesto para mostrar en ti mi poder?
Hoy quiero animarles a desechar todo temor. Vamos a la presencia del Señor, conozcamos a Dios y confiemos en Él. Si hay algo a lo que debamos renunciar, o algún sacrificio que debamos hacer, ¡Hagámoslo! Acudamos a Dios y experimentemos su bondad; no tengamos miedo de que Dios nos pida algo que no podamos hacer. Dios no solo reclama entrega y la alienta Él mismo, sino que la acepta cuando la ofrecemos.
Dios anima la entrega en el secreto de nuestro corazón, nos insta por el poder oculto de su Espíritu a acudir a Él. Nosotros tenemos que responder, ofreciéndole esa entrega absoluta. Puede ser que, al principio, sea algo imperfecto, que dudemos y vacilemos; pero, ¡no nos detengamos! Acordémonos que hubo una vez una persona a quien Cristo dijo: “Al que cree, todo le es posible”.
Esta vida de entrega, tiene dos facetas: Por un lado, la entrega para realizar mis sueños; y por el otro, dejar a Dios forjar lo que él quiere hacer. En la primera, Dios me capacita para llevar a cabo mis planes y metas; en la segunda, dejo que Dios obre el querer y el hacer de su agrado.
Dios bendecirá nuestra entrega y nos traerá maravillosas bendiciones. Si hemos estado pidiendo respuestas a
Dios, acordémonos que tiene que haber entrega absoluta.
¿Por qué tomamos el café en tazas especiales? Porque están disponibles y dispuestas, destinadas para ese uso. Pero si las llenamos de tinta o vinagre, no las podemos usar para café. Así, Dios no podrá usarnos si no estamos completamente dedicados a Él.
Creamos que Dios nos tiene reservadas sorprendentes bendiciones cuando nos decidimos por Él y le confiamos nuestras vidas en una entrega absoluta de rendición a su gracia y a su amor. ¡Confiemos sin límites en su voluntad!
Abrazos y bendiciones en Él.
Por Valerio Mejía Araujo