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Entre raíces y alas

En un vuelo de regreso a casa, con origen en Valledupar, tuve la fortuna de sentarme junto a una chica oriunda de Barrancas, ahora residente en Italia. Viajaba con su pareja italiana, ansiosa por mostrarle la tierra que la vio nacer. Mientras compartíamos nuestras historias, me contó cómo su pareja quedó impresionada por la calidez de la gente en Colombia, por esa alegría desbordante y la disposición inquebrantable de ayudar a los demás. Su relato resonó en mí profundamente, pues, aunque soy vallenata, vivir en Europa me ha permitido ver a mi tierra con nuevos ojos, los ojos del turista.

Mirar con los ojos del turista es un ejercicio de humildad y gratitud. Cuando viajamos a un lugar desconocido, todo se nos presenta como una novedad. Nos dejamos maravillar por la diferencia, por lo exótico, por lo que rompe la monotonía de nuestra rutina diaria. En esos momentos, no juzgamos, sino que apreciamos; no criticamos, sino que aprendemos. Es una actitud que nos permite absorber lo mejor de cada cultura, de cada lugar, transformándonos en cada nuevo destino que pisamos. Porque, en efecto, uno nunca vuelve de un viaje siendo la misma persona que era antes de partir.

Volver al Valle es, para mí, un proceso de sanación. Es reconectar con mis raíces, con esa fuente inagotable de vida que me nutre el alma. No hay nada como el sabor del queso costeño, único en el mundo, o como disfrutar de un buen cayeye, un manjar que solo nuestras tierras saben ofrecer. Y, por supuesto, la michelada de mango, esa bebida refrescante y creativa que encapsula la innovación que define a nuestra gente. Esta vez, me llenó de alegría ver el río tan bien organizado, un lugar perfecto para pasar una tarde de brisa fresca y tranquila. Además, ver a los arhuacos manteniendo su idiosincrasia intacta, pese a los cambios del mundo moderno, me llenó de orgullo y esperanza.

Sin embargo, esta visión de turista no debería ser exclusiva de los viajes. Si aplicamos esta perspectiva en nuestra vida diaria, lograremos mantener viva esa chispa de curiosidad, esa tranquilidad que viene de observar sin juicio, de comprender el entorno con una mirada más amplia. Este enfoque nos invita a disfrutar de los pequeños detalles, a valorar lo cotidiano, a entender que cada momento tiene su belleza si lo miramos con los ojos adecuados.

Ser turista en la vida, al igual que en un viaje, nos recuerda que todo es transitorio, que cada experiencia es finita y, por ende, invaluable. Saber que algún día tendremos que partir, que hay un camino de regreso, nos invita a vivir cada instante con intensidad, saboreando cada segundo con la conciencia de que lo único seguro es el final del viaje. Y, en ese sentido, vivir se convierte en un acto de profunda gratitud.

Mientras mi vuelo avanza, ahora en el tramo final hacia Madrid, una mezcla de nostalgia y satisfacción inunda mi corazón. Me despido de mi tierra con el alma llena, enriquecida por el amor de mi familia, por la sonrisa de mi abuela, y por la conexión renovada con mis raíces, esas que me definen, que me sostienen, que me recuerdan quién soy y de dónde vengo. Porque Valledupar no es solo una tierra; es un estado del alma, un lugar donde la magia del realismo no solo se lee, sino que se vive en cada rincón, en cada sonrisa, en cada melodía que el viento arrastra. Es un orgullo ser fruto de esta tierra llena de realismo mágico, y llevarla conmigo, sin importar cuán lejos me lleven mis pasos.

*Periodista y emprendedora vallenata, fundadora de LOI Agency. Vive entre Europa y Colombia, combinando su pasión por la moda y el periodismo.

Por: Brenda Barbosa

Categories: Columnista
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