El título de esta columna es una vieja expresión beisbolera del comentarista deportivo Marcos Pérez que le imponía un dilema crítico al bateador que se encontrara entre 3 bolas y 2 strikes por un lado, y del otro, sacarla del estadio para no poncharse. Hoy, con la covid-19, el Gobierno enfrenta esta alternativa: o poner a producir a algunos sectores de la economía por la presión gremial, o jonronear manteniendo la cuarentena total; la vida o el mercado, ese es el quid.
Es preferible morir de hambre frente a sus familiares y ser sepultado dignamente por estos, cultura cimentada en viejos principios cristianos, que morir con un respirador mecánico como un leproso despreciable; es como morir secuestrado, cuya tumba jamás será conocida. Así es muy grande el dolor infringido a una familia. Entonces, ¿qué se hizo el Estado de derecho? Aquí se pone a prueba la sentencia de la Tercera Vía retomada por J.M. Santos: “El mercado hasta donde sea posible, el Estado hasta donde sea necesario”.
Ante una pandemia que crece cada día, el mercado ya no es posible y el Estado debe asumir su rol como tutor de las mayorías. Así debe ser una democracia. Para los neoliberales, el mercado debe regir todas las actividades, incluyendo las sociales y el Estado solo debe ser un garante de ellos, para la acumulación de sus riquezas, que le llaman PIB; eso en el papel, pero en la realidad el capitalismo se derrumba sin la intermediación del Estado, el gran generador de contratos y riquezas, y si dudan, consulten a Keynes. Esto significa que el neoliberalismo está construido sobre tesis falsas que solo una pandemia pudo develar. Carlos Marx sostuvo que la riqueza la producían los trabajadores y no el capital que es un medio como la tierra; con la pandemia se ha demostrado que tenía la razón.
¿Por qué no siguen produciendo riquezas ahora que los trabajadores están en cuarentena? Se acaba de resolver este teorema social, el concepto de plusvalía está vigente. Dirán algunos, pero el Estado vive de los impuestos que paga el capital; falso, los contribuyentes del país solo aportan el 59 % del presupuesto general de la nación, de los cuales el 26 % son impuestos directos, el resto, 33 %, son indirectos (IVA, 4 por mil, etc). Hay que resaltar que el 70 % de los 2.6 millones de declarantes de renta que tiene el país, devenga menos de 100 millones de pesos por año, clasificables en la categoría de empleados y no de empresarios.
Solo 1.1 % de los declarantes gana más de mil millones de pesos por año. Colombia vive al debe, más del 20 % de su presupuesto se destina al servicio de la deuda, mayor que el destinado a la inversión. Podría decirse que somos un Estado fallido y pese a eso, es mayor empleador que empresa alguna, gastando el 43 % de su presupuesto en el pago de su nómina, superior a 1.1 millón de empleados. Parodiando la frase cristiana: “No solo de pan vive el hombre” podríamos decir que no solo de mercado vive la humanidad sino de la acción eficaz y transparente del Estado.
Hace miles de años la humanidad vivía del intercambio sin ese especulador sector financiero y sin tanto buro-empresarismo. Creo que llegó la hora de concientizarse de que Colombia necesita una reingeniería moral, estructural y económica, al margen de cualquier consideración ideológica, única forma de salvar el futuro.