Mientras que algunos duermen plácidamente en sus habitaciones, en cómodas camas, arropados para evitar el frío, a las afueras de sus casas, en las esquinas, en bulevares o en cualquier rincón de Valledupar están ellos… Los habitantes de la calle, los vigilantes de la noche, los solitarios, los olvidados y, muchas veces, ultrajados por la sociedad.
Las manecillas de mi reloj marcaban las 10:25 de la noche del viernes 20 de febrero. Cuatro vehículos partieron de una iglesia ubicada en el barrio Primero de Mayo, en el baúl de cada uno de ellos, más que alimentos, iban guardados el amor, la fe, la gratitud y bondad.
El reto, de lo que en un principio llamé ‘un viaje por la calle de la vida’, era rastrear a las personas en condición de calle en la capital del Cesar, brindarles algo de comer y escuchar sus historias de vida.
Aunque ese es un ejercicio que desde hace cuatro años viene realizando un grupo de personas de la iglesia cristiana Cuadrangular de Valledupar, poco o tal vez nadie conocía esa brillante labor a la que se unen cada viernes por la noche varias familias, entre niños, jóvenes y adultos, para calmar el hambre de esas personas tan necesitadas de ello, de afecto y de aliento.
El primer vehículo de la caravana, que era conducido por Roberto Carlos Marín Fonseca, pastor de la iglesia, quien se destaca por ser conferencista internacional y liderar esta noble actividad, se detuvo en cercanías del Pabellón del Pescado. En la lejanía se veía un hombre acostado cerca de una pared.
Las más de 15 personas que hacían parte del noble grupo comenzaron a bajar de los vehículos con el fin de despertar a ese hombre que estaba boca arriba, con las manos en la cara, con vestimenta dañada y sucia, pero el sueño y el excesivo consumo de sustancias psicoactivas no le permitió recibir el alimento. La primera acción fue fallida.
A pocos metros se divisaba algo más, la diminuta iluminación del sitio lo hacía ver como un bulto, pero en realidad era un joven de tan solo 19 años, su edad no era comparada con su rostro, se veía de menor edad. Al saludarlo con un ¡Hola! Respondió: Dios los bendiga.
Su nombre es Janer Daniel Gómez Ruiz, nativo de Cienega, de donde partió por problemas familiares y hace un año escoge cualquier rincón de Valledupar para dormir. Él no se negó a la comida, manifestó tener hambre, sed y querer regresar con su familia. Al final agradeció por el gesto y se volvió a quedar solo.
Los vehículos partieron de nuevo y en menos de cinco minutos se encontraron a tres personas más en un cambuche. La primera se llama Kelly Beatriz Contreras Maldonado, de 34 años, estaba tirada encima de unos cartones cual persona sin signos vitales, sin embargo el pito de uno de los vehículos la alarmó se despertó y posteriormente decidió retirarse del sitio, no sin antes armarse con un madero al ser intimidada por los constantes flash de una de las cámaras fotográficas.
La segunda persona lleva por nombre Nelvis María Rodríguez, de 45 años, al menos eso dio a entender en su habla poco entendible. Es de Chiriguaná. Ella le decía hermano a Roberto Marín, así lo considera por su hermosa gestión.
Al preguntarle por su estadía en esta ciudad dijo que duró nueve años encadenada por parte de su familia, aquella que la maltrataba, le pegaba y la trataban de loca. Ahora su única familia era Kelly, quien no recuerda de su vida, pero al parecer Nelvis sí, dijo que era de Barranquilla y desde hace cinco años habita en Valledupar.
Aunque Kelly no quería fotografías, al final lo hizo, abrazada a esa persona que considera su hermana. Una espléndida sonrisa denotaba su agradecimiento por aquella persona. Al lado de ellas estaba Víctor Manuel Caro Castro, de 30 años. Otra persona que vio en esta ciudad un sitio tranquilo para habitar, él es del Banco, Magdalena, lleva un año de estar en esta población, a donde al parecer vino en búsqueda de una oportunidad laboral y no la encontró, y la falta de dinero lo condujeron a único sitio que jamás pensó, la calle.
Un poco más allá de esta choza ubicada en cercanías del Mercado Público de Valledupar estaba Rafael Antonio Muñoz, de 37 años. Al contrario de las personas en condición de calle antes entrevistadas era el primero en afirmar que era de la Capital Mundial del Vallenato. Su familia habita en los 450 años, de quien se retiró por lo que el determina su enfermedad.
Muñoz se caracterizó por ser un joven consciente de su realidad, pero no se aparta de la posibilidad de regresar a casa, ver a sus familiares, cambiar de estilo de vida y por ello rogó que le ayudaran a salir de ese mundo que no escogió, pero que lastimosamente los ‘roces’ como él le denominó a los amigos, lo envolvieron en vicio.
Cada uno de ellos fue feliz en su momento, al observar tanta atención pocos minutos por varias personas, ya que muchas los maltratan al verlos, los aborrecen y les ‘sacan’ el cuerpo, no le ofrecen comida, jugo, pan y amor como esas personas. Uno de los jóvenes asistentes le regaló un suéter que tenía un gran significado para él, y su agradecimiento fueron más que palabras.
Así transcurrió la noche, dialogando entre personas que se arropaban entre cartones, telas o cualquier elemento, a veces sin abrigo. El común denominador de ellos fue el querer salid de ese mundo, aquel que para Muñoz “no es vida”. Una vida rebuscada entre la basura, el atropello y las drogas, que aunque reconocen son malas para la salud y todos los aspectos de su vida, al menos los hacen olvidar del olvido en que se encuentran.
Tal es el caso de Stiver Cortes Salas, de Santa Marta, quien tienen 57 años, seis de ellos viviendo en Valledupar y pese a tener tres hijos, un terrible recuerdo de su esposa lo sumerge cada vez más en ese mundo de soledad. Dice que duró 18 años con ella, pero se murió por diversas enfermedades. Al recordarla su llanto es tan intenso como si hubiese pasado un día de ese fallecimiento.
Stiver dijo que otra de las cosas que le corta las alas para volver a un mundo mejor es la falta de empleos, aquel que a su edad es poco probable adquirir y lo que menos quiere, a pesar de tener una familia pudiente, es regresar al seno de su madre, quien actualmente tiene 82 años, porque a ella todo le molesta.
En los alrededores de la Plaza Alfonso López estaba Leonel Martínez Contreras, de 35 años, quien llegó a esta ciudad por accidente. Literalmente fue así. Dijo que hace dos años, cuando vivía en vereda la vereda La Moreno, de Aguachica, un carro lo atropelló en su cicla, su mano izquierda quedó sin dedos y aunque quisiera regresar a su pueblo porque dice ser trabajador del campo, junto a siete hermanos, no ha podido irse por falta de recursos. Supo de su hija, que vive en Cúcuta dos días antes del accidente. Cree que toda su familia lo cree muerto.
Un adiós, con un Dios los bendiga, y una esperanza de recibir ayuda quedó de nuevo Leonel en su rinconcito de la Plaza.
En el largo recorrido también se pudo conocer a Javier Ardilla Pinzón, de 22 años, quien dice ser de Valledupar y salir de su vivienda en el barrio El Carmen por su adicción al alcohol y la droga.
“Yo quiero que me ayuden, quiero internarme en algún lugar, quiero ser diferente”, reiteró este joven. Así como él, todos quieren una vida distinta, sin importan donde, cómo, porqué, solo quieren prosperar, sólo quieren una ayudita extra, esa que poco a poco les da Roberto Carlos Marín Fonseca, el pastos que todos los fines de semana dedica más de tres horas a repartirle comida a las personas en condición de calle, aquellas que son bendecidas y a la vez anotadas en una libreta para en un mañana no tan lejano reciban lo que tanto desean.
Recomendación
Bernardo de Jesús Caro, un reciclador de 50 años, nato de Amagá, Antioquia, quien dice haber hecho ‘travesuras’ de joven, sin embargo dice que no es tarde para arrepentirse y remediar lo que se dañó.
Les recomienda a los jóvenes seguir por el camino del bien. “El señor dice en su palabra, caras se ven, los corazones están guardados, o sea que el engaño viene de varias formas y hay que cuidarse de las apariencias, evitar el mal, porque hay personas bien presentados, con zapatos hermosos, oloros, pero resulta que su corazón no está con Dios. Les pido que guarden estas palabras de corazón”, reflexionó.
Una mano ayuda
Roberto Carlos Marín Fonseca, de Barrancabermeja, Santander, es una persona que quiere que Valledupar tenga otro aspecto, que le gusta servir, es teólogo, es pastor de la iglesia cristiana Cuadrangular, estudia Derecho en la Universidad Popular del Cesar, ha dictado conferencias de liderazgo en diferentes países de América Latina.
Hace varios años, Marín Fonseca observó en Barranquilla el maltrato a una persona en condición de calle que pedía un pan, eso lo conmovió tanto que lo ayudó, le dio de comer, y al verlo contento su corazón, según él, se selló y desde entonces no para de ayudar a todo aquel que lo necesite.
Por Merlin Duarte García/El Pilón
merlin.duarte@elpilon.com.co