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Entre el sufrimiento y la felicidad: un dilema de vida y muerte

Históricamente el hombre se ha enfrentado a un debate cotidiano que tiene que ver con su entorno, con su naturaleza y su forma de vida, tendientes a conseguir la felicidad muchas veces esquiva y con apariencia de inalcanzable. Esto lo ha llevado a enfrentarse en muchas ocasiones con sus propios miedos y temores, con sus demonios y fantasmas internos que lo conducen, sin darse cuenta y sin buscarlo, a un estado de tristeza, soledad y sufrimiento.

La tristeza es un sentimiento asociado con el estado anímico de las personas, comúnmente como consecuencia de un acontecimiento desfavorable y contrario a sus aspiraciones, que puede ir acompañada de llanto, melancolía, baja autoestima y pesimismo con diversos estados de insatisfacción, pérdidas de interés en la labor profesional, económica, sexual y afectiva, desconsuelo, abatimiento, etc.

Generalmente es pasajera y temporal, pero en ocasiones se torna persistente, profunda y recurrente que conlleva al individuo a la soledad, a la frustración y a una evaluación minuciosa sobre lo que ha sido su vida y poco a poco se ve inmerso en una corriente de contradicciones cuyas complejidades pueden llevarlo fácilmente a un inmenso pozo profundo llamado depresión, lo cual requiere atención médica especializada con carácter de urgencia. La tristeza y la soledad suelen ser buenos lugares para visitar, pero pésimos para vivir, ellas poco a poco lo conducen por caminos inhóspitos y tortuosos en donde el sufrimiento y la amargura se apoderan de aquel ser desvalido e indefenso. Sin embargo, algunos expertos consideran que se trata de un proceso psicológico que le permite a la persona superar los fracasos, pérdidas y desilusiones. Presumen que una vez superado este episodio, salen fortalecidos, asumiendo y aceptando las razones que generaron el suceso.

No obstante, la tristeza recurrente conlleva al dolor y al sufrimiento emocional, social, espiritual o físico y conducen a una persona a sentirse triste, miedosa, deprimida, ansiosa o solitaria, produciendo en ella una sensación de incapacidad para enfrentar los retos que le impone la vida diaria. El sufrimiento es el hilo conductor hacia la depresión, un monstruo de mil cabezas que abraza al individuo de manera infame y despiadada, no es un juego, no es algo sencillo y sin importancia como una gripe o una diarrea y amerita toda la atención, dedicación y cuidado.

El doctor Carlos A. Palacio describe las depresiones: “Un grupo heterogéneo de trastornos afectivos que se caracterizan por un estado de ánimo deprimido, disminución del disfrute, apatía y pérdida de interés en el trabajo, sentimientos de minusvalía, insomnio, anorexia e ideación suicida, a menudo manifiestan ansiedad y síntomas somáticos variados”.

La felicidad en contraposición es un sentimiento de alegría, entusiasmo, satisfacción, placer y dicha que llenan de regocijo la vida del ser humano que lo lleva a sentirse pleno y realizado. Sin embargo, no existe felicidad sin sufrimiento porque este mismo es la motivación para vencer y triunfar. Esa es nuestra misión en la vida, doblegar el sufrimiento y convertirlo en la fuente de energía motivacional que nos dé la fuerza suficiente para sobreponernos ante el tropiezo y las decepciones propias de la cotidianidad.

El hombre debe buscar en su interior la verdadera esencia de su “yo”, aceptarse tal como es e intentar ser feliz asumiendo su propia realidad. No debe escoger el sufrimiento para que otros aparenten ser felices, primero debe alcanzar su propia felicidad para después contagiar a los demás con ella. De lo contrario le dará cabida a la muerte como una consecuencia irracional del sufrimiento y la depresión.

“Desechad tristezas y melancolías. La vida es amable, tiene pocos días y tan solo ahora la hemos de gozar”: Federico García Lorca.

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Gabriel Dario Serna Gomez: