Hecho a la medida de la necesidad de estos días santos de ascensión de las temperaturas del infierno a la superficie terrícola, sobre la fachada descolorida de una casa, un letrero hecho a mano, dice: Se vende hielo. A $200; como templo ofreciendo hostias criogénicas para almas insurrectas que buscan redención en el fresquito nuestro de cada día a precio módico, para cuerpos sedientos por tanto pecado de palabra, obra y omisión, que hoy se proclaman arrepentidos aprovechando las promociones de cuaresma.
La nevera de esta vendedora de hielo reproduce en sus entrañas la desolación de una estepa rusa; los estantes vacíos, manchados por tiempos de abundancia, y las jarras de agua que necesitan hace años ser remplazadas por otras menos gastadas para evitar bacterias y mugre entre hendiduras, resultan no menos que redentoras para las faringes resecas de una temporada de Semana Santa que se debate entre el turismo y la expiación de las culpas, entre el pecado y el pescado.
Una zanahoria pequeña, medio tomate y un cuarto de cebolla, puestos en platicos impares, de diferentes dueños, con la piel arrugada y medio podridos, uno tan cerca pero tan lejos del otro, sucumbiendo ante el demonio glacial que los preserva, parecen representando la escena de un triángulo amoroso en el naufragio del Titanic; tres tristes seres viviendo un amor imposible, representados por una zanahorita, medio tomate y un cuarto de cebolla- proeza casi imposible pero convincente gracias a la capacidad de transmitir dolor de este trio de vegetales inconscientes de estar a punto de sucumbir en un salpicón o en un guiso, uno de estos días de ayunos y frutos de mar.
En esta nevera hibernan, como en una caverna polar, bolsas de agua sólida que aliviarán las inclemencias de la temperatura de principios de abril, pena de nuestras almas sofocadas, en un mes que termina con la promesa de lluvias que asfixien los incendios y las culebras propias del verano. En cada bolsa de hielo existe el potencial de una pena expiada, con cada bolsa de hielo una bebida pasará del averno al cielo y con ella el alma encarnada que la consume así gracias a la vendedora de hielo que previendo el caso se anticipó a acomodar las bolsitas llenas de agua hervida en la inmensidad del espacio ocioso de la nevera anti escarcha que aún está siendo pagada por cuotas en un almacén de electromésticos de Valledupar.
Cada bolsa vendida por la señora es una gota que cuenta para la estalactita económica que deberá pagar la cuota de la nevera y enfrentar hasta donde sea posible el recibo de la luz, cada vez más caro gracias a los medidores electrónicos que electri666 ha instalado en nuestras residencias para percibir hasta el susurro de un electrón y cobrárnoslo con intereses en la próxima factura. Cada hielo contiene el universo en su interior, es el todo y sus partes, es alfa y omega, es angustia y sosiego, amor y perdón, para estos días de precios altos y arrepentimientos bajos.