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Entre chanza y chanza: ‘El cura de rosca invertida’

Julio César Zuleta Calderón, con su obra literaria ‘Entre chanza y chanza’, que acaba de ser lanzada en físico y en plataformas digitales,  nos recrea dentro de un universo cargado de anécdotas y marcado por la idiosincrasia de los pueblos, donde La Paz, Cesar, cuna del escritor, cobra protagonismo para refrendar que, “la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla”, esto ha hecho el vate pacífico, si nos detenemos en la premisa del nobel de la literatura colombiana, Gabriel García Márquez.

Poder volverse a ver con satisfacción el pasado de la propia vida, equivale a vivir dos veces”, reflexión que bien puede hacer alegoría al Festival del Retorno en Fonseca, tierra donde contrajo nupcias el autor de “Entre chanza y chanza”, texto que nos retrotrae a los apodos, que hacen parte del folclor, en el caso particular de Julio César Zuleta Calderón, resuena más ‘El chiche de ti Ave’, como el consentido dentro del rol familiar, pero igual apodado “El español” por el profesor Leónidas Acuña, dada sus facciones de carita redonda y fenotípicamente muy parecido a los nacidos en la madre patria. Desde entonces dejó de ser Julio César y se popularizó como el Español Zuleta o el español, a secas.

El escritor no sólo recibió la influencia del colegio Nuestra Señora del Carmen en Valledupar, también del Sagrado Corazón de Jesús, donde se libró de la correa del cachaco Pedro Jaime Morales y del perrero de Francisco Molina Sánchez, bautizado ‘El que no masca’, hecho de cuero retorcido, latigazos del que no escaparon Jorge Oñate ‘El Jilguero de América’ y Filiberto Arzuaga, antes de incursionar el Español Zuleta al colegio Nacional Loperena y optar a los títulos de bachiller en el colegio Aurelio Tobón en Bogotá y Licenciado en Química y Biología en la Universidad Libre de la capital del país.

El letrado extrapola una narrativa tejida con humor y vivencias del ayer en las que evoca serias dificultades para escalar y lograr una pensión de jubilación, como máxima expresión de una actividad laboral, después de 35 años dictando cátedras en su especialidad en el colegio Agustiniano Norte en Bogotá y en la facultad de Odontología de la Universidad San Martín en la misma ciudad.

El profesor Julio César, con destellos de compositor que cree tener por genética con su hermano, Emiro Zuleta Calderón, invita a sus exalumnos y coterráneos a mantener viva la llama de la amistad, a pesar de la lejanía. A recordar los días de nuestra infancia y a compartir risas y alegrías. Aunque el tiempo haya pasado, sigamos siendo amigos de corazón, unidos por los lazos indestructibles de la camaradería y el cariño, resalta el libro en su prefacio.

En la encrucijada del tiempo, donde el pasado se entrelaza con el presente, expone el deseo que le asiste de compartir un tesoro invaluable: las costumbres patriarcales que deben ser símbolo del decoro y el código de valores que signaron a nuestros abuelos y antepasados.

El humor es el resplandor de la mente: Bulwer Lytton, poeta, novelista, dramaturgo, político y periodista británico, faceta que no descarrila “Entre chanza y chanza” dentro del cúmulo de recuerdos que se agrupan para describir con genialidad y magia sucesos anecdotarios y cotidianos, como la del cura de falso carácter y de rosca invertida, que en La Paz cacheteó a una feligrés porque se le cayó la hostia, a raíz de un tic nervioso con el que abría y cerraba la boca involuntariamente.

“Sin tarjeta de invitación” es una de las tantas narrativas picarescas que retratan al español de La Paz, quien en compañía de su primo Augusto Daza y para aminorar un frío tenaz en Bogotá, vislumbraron un velorio de rico, donde tomaron tinto en bandeja de plata con delicados pocillos y hasta fumaron gratis. Un hombre elegantemente vestido con frac negro se nos acercó y preguntó: “¿Los señores son invitados?”. Quedamos perplejos. Nos tomó del brazo y nos sacó a la calle.

Y como el buen humor hace que todas las cosas sean tolerables, Zuleta matiza entre chanza y chanza párrafos que hubiera querido sepultar, porque las desgracias sólo sirven para marcar fechas, pinceló el uruguayo Carlos Onetti, pero se debe recordar la historia para que no se repita, elucubró George Santayana.

La Envidia, pero no la que brota de la condición humana en sus bajas pasiones, sino la aldea rupestre de sus padres Alberto Zuleta y Genoveva Calderón, le dieron al literato la biología y la química para armar en sueños una sinfónica con personajes de su tierra que posaron de turistas a bordo de un autobús conducido por el Chiche de ti Ave, rumbo a los parques de Disney en Orlando (La Florida), en los que iban como pasajeros los músicos Ricaurte, Cotorrita, Conchajón, Pacorita, Eurípides ‘el Pingón’, Jorge el Pajizo, el ‘Mono Pepa’, Pichocho, como cajero, y el Fullero como guacharaquero, Mingo, Manuel el Loco y Lucho el Mulo.

Valió la pena hacer el esfuerzo  y buscar nuevos horizontes, convencido de que, ‘quien quiere lograr su objetivo, busca un medio;  y el que no, busca un pretexto’, rememora Julio César Zuleta Calderón, cuyos 77 años de edad transcurren viajando con su esposa Alix María Borrego entre Boynton Beach, La Florida, lugar de residencia, Chicago y Australia, donde laboran sus hijos Sandra Genoveva, ingeniera civil y Julio César, ingeniero eléctrico, oportunidades que no lograron materializar en Colombia, pero eso sí,  sin dejar de frecuentar a La Paz y Fonseca en diciembre, considerado el mes más bonito y alegre del año, cuando resplandecen fulgurantes los recuerdos en Navidad. 

Por: Miguel Aroca Yepes.

Categories: Opinión
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