“En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos” (San Mateo 23,2)
Howard Hendricks, prolífico escritor cristiano, en uno de sus libros sostiene que, “si dejamos de aprender hoy, dejaremos de enseñar mañana”. No se puede enseñar desde el vacío, no podemos compartir lo que no se posee. Nada puede reemplazar este principio, la enseñanza efectiva viene a través de personas transformadas. La efectividad en la enseñanza es directamente proporcional a la transformación y crecimiento: a mayor, mayor. A menor, menor.
Constantemente vemos amargas peleas entre personas que se disputan el liderazgo. Las acusaciones van y vienen y cada uno intenta demostrar que el otro es un usurpador. Sin entrar a cuestionar la dignidad de los escribas y fariseos del epígrafe, dentro de la sociedad judía, Cristo no atacó su posición de liderazgo, sino que, reconoció que se habían sentado en la cátedra de Moisés, un lugar de privilegio por la responsabilidad de enseñar al pueblo. Sin embargo, objetaba que su enseñanza era contradictoria, pues decían una cosa y hacían otra totalmente diferente.
¡Este es precisamente, el mayor problema de nuestro tiempo! La cátedra de los líderes, gobernantes y personas en autoridad dan una enseñanza teórica que no impacta. Esto no tiene que ver con que su doctrina sea cierta o errada; la mayoría de las veces lo que comparten es cuidadoso y acertado; pero, sus aseveraciones, conceptos y discursos no producen cambios en los oyentes porque no están respaldadas por una vida que ejemplifique esas verdades. Cuando Cristo terminó de enseñar el Sermón del Monte, las multitudes se maravillaban porque enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. El impacto de sus enseñanzas estaba relacionado con la consonancia entre sus enseñanzas y la manera de vivir. Su testimonio personal respaldaba los dichos de su boca.
No quiero dar la idea que, debemos ser absolutamente perfectos, porque todos estamos en un proceso de maduración y crecimiento. Pero, sí debe haber un compromiso serio y sin reservas de practicar aquellos que pretendemos que los otros practiquen. Este compromiso quita la aspereza y dureza a nuestras enseñanzas, porque quien está inmerso en el proceso de hacer cambios, de interiorizar conceptos y asimilar valores nuevos, se da cuenta que el proceso es más complejo de lo que aparentemente parece ser.
Mi invitación es a que luchemos por vivir lo que enseñamos y demandamos de los otros. Eso nos hará ser tiernos y compasivos con los demás, porque nos damos cuenta que la vida no es tan fácil como parece o dicen nuestras palabras. En este proceso no estamos solos, contamos con la asistencia del dulce Espíritu de Dios quien fue prometido para asistirnos en nuestras debilidades. ¡Adelante y que Dios nos ayude a ser consecuentes con lo que enseñamos!
Fuerte abrazo y muchas bendiciones del Señor.
Por: Valerio Mejía.