Este título y columna proponen un símil entre las enfermedades del cuerpo humano y los malestares sociales.
El filósofo español Leonardo Polo Barrera (1926-2013) tiene un trabajo amplio sobre esta cuestión en su libro, Quién es El Hombre.
La ciencia política ofrece tres medicinas curativas al respecto. La primera, es conocida con el nombre de totalitarismo de Estado; la segunda, con el de liberalismo (democracia), y la tercera, corresponde a un planteamiento político utópico.
¿Qué es el totalitarismo de Estado? Los partidarios de el afirman: sólo el totalitarismo de Estado aporta los remedios adecuados para curar las enfermedades sociales. Pero ante esta rotunda afirmación no se puede hablar de sanación pues este remedio es peor que la enfermedad como ha quedado probado por la experiencia histórica.
Veámoslo brevemente. El gobierno soviético de la federación de las extintas republicas, había impuesto a sus pueblos el totalitarismo de Estado, y este después de tantos padecimientos inhumanos que les causó, fracasó; por lo cual en diciembre de 1991 el gobernante Gorvachov declaró la disolución de tal alianza, y la rectificación tanto del sistema político como del económico de planeación estatal. El totalitarismo de Estado es contrario a la libertad del hombre.
Hoy día el sistema político de esas repúblicas es democrático aunque con algunas reservas, respecto de Rusia, por ejemplo, no pasar por alto los aires dictatoriales del primer ministro Putin. El sistema económico ha pasado a ser de libre mercado pero afectado por su inclinación armamentista.
A la fecha de hoy, son remanentes de ese totalitarismo derrotado, las mal llamadas repúblicas de Corea del Norte, en Asia ; Cuba, en las Antillas ; Venezuela, en Sur América y Nicaragua, en América Central, cuyos habitantes ya no son ciudadanos sino siervos resignados e impotentes para deshacerse de su situación oprobiosa. El totalitarismo de Estado es el gobierno por la fuerza de las armas.
La segunda opción política a la solución de los males sociales, es el liberalismo. Está sustentado en el sistema democrático de gobierno. Sin embargo, debe ser acogido con cautelas y realismo, teniendo en cuenta que no todos los habitantes de un país cuentan con las mismas capacidades que les permitan un desempeño humano exitoso, tanto respecto del trabajo manual como del intelectual. Cuando la democracia desconoce esas desigualdades, se vuelve un sistema político perverso y contradictorio.
Finalmente, ¿podrán las utopías curar las enfermedades sociales? No. Las utopías son solamente un ensueño. Son una irresponsabilidad. Las utopías quieren una sociedad perfecta, desconociendo la vía para llegar a ella. Anhelan un fin, sin plantearse los medios. Son una esperanza sin contenido, con la que se suele incitar a la sociedad de los pueblos incluso llevándolos a revoluciones violentas.
Infortunadamente, como ocurre con todos los asuntos humanos, la solución democrática para curar las enfermedades sociales no es perfecta, pero sí la mejor probada. Suele decirse que es la menos mala de todas las demás. Por tanto, los esfuerzos políticos, que no deben cejar, constituyen un reto insoslayable para todos los habitantes de la tierra. Desde los montes de Pueblo Bello.