Por: Valerio Mejía Araújo
“Encomienda al Señor tu camino, confía en él y él hará” Salmos 37:5
Creo que todos estaremos de acuerdo en que ciertamente hay cosas duras en la vida. Sin embargo, las pruebas de la vida son constructoras y no destructoras. Las adversidades pueden destruir los negocios, pero forman el carácter y tiemplan el espíritu para cosas mejores en el futuro.
Los golpes que recibimos en nuestro ser exterior puede ser la mejor bendición para el ser interior. Estoy cierto que si Dios coloca o permite algo severo en nuestras vidas, podemos tener la certeza que el verdadero peligro y aflicción vendrá si huimos o nos rebelamos en contra de esa situación rechazando el paso por el proceso formativo, perdiéndonos así la dicha de haberlo conquistado, y de escuchar la voz de nuestra conciencia testificándonos: “Prueba superada”.
Cuando nos veamos oprimidos por cualquier cosa, acudamos y contémoselo a Dios. Coloquemos el asunto enteramente en sus manos y luego descansemos y liberémonos de la inquietud y perplejidad de la que el mundo está lleno.
Cuando estemos en medio de un sufrimiento, cuando intentemos hacer alguna cosa o estemos pensando llevar a cabo algún proyecto, hablémosle a Dios acerca de ello, mantengámoslo informado. Traslademos nuestras cargas al Señor y terminemos con nuestras propias inquietudes.
No tenemos que impacientarnos por más tiempo; sino sosegarnos, cumplir nuestro deber con diligencia, hacer aquello que deba ser hecho y confiar en él. Entonces, cuando encomendemos nuestras inquietudes y todo nuestro ser como una sola carga a Dios, él sacará nuestros asuntos adelante.
Ahora, resultará infructuoso encomendar nuestros caminos al Señor, a menos que sea un camino que él apruebe. Previamente debemos asegurarnos que sus caminos están en mi corazón.
También debo decir que es la fe el único medio por el cual podemos encomendar nuestros caminos al Señor. Si existe en nuestro corazón la menor duda de que nuestro camino no es bueno o aprobado por Dios, la fe perderá su poder y rechazará toda intervención Divina. Por otra parte, la encomienda de nuestro corazón no debe ser un acto aislado y egoísta motivado por el interés de recibir una respuesta acerca de un asunto o una bendición de Dios; sino debe ser una encomienda perpetua, ajustando sobre el diario caminar, mis motivos, actitudes y conductas al corazón mismo de Dios.
Y, por muy extraordinaria, inesperada o sobrecogedora que pueda parecer la ayuda del Señor, no quitemos la rienda de sus manos, no irrumpamos en medio del proceso y retomemos el control de la situación, sino esperemos con paciencia el resultado final con la seguridad que Dios es un vencedor, él no está jugando al ensayo y error con nosotros y nuestras cosas. Él sabe lo que hace e históricamente ha demostrado que tiene poder y autoridad para resolver favorablemente cada situación de adversidad que se nos presenta.
Amado amigo lector, ¿Estamos dispuestos a someter y encomendar a Dios todos nuestros caminos? En la medida en que hemos ido caminando y haciendo caminos al andar, también hemos ido recogiendo polvo y suciedad, muchas cosas se han ido pegando a nuestros pies. Creo que un sano ejercicio de limpieza consiste en examinar cuidadosamente nuestras costumbres, conductas e interpretaciones de la vida, a la luz de los principios eternos de Dios en su Palabra.
En ocasiones, tenemos demasiada proclividad a suponer por adelantado la aprobación Divina para nuestros planes y proyectos. “¡En tu luz, veremos la luz! ¡Haz resplandecer tu rostro y seremos salvos!”
No tenemos que permanecer temerosos y afanosos. No tenemos que ver la vida con angustia y temor en nuestro corazón. No tenemos que dudar del futuro promisorio que Dios ha preparado para los que le aman.
Recuerdo la historia del campesino que el día de mercado salió de su parcela con un bulto de plátanos al hombro, hacia la carretera rural para pedir un aventón y llevar sus productos al pueblo. Después de una larga espera, finalmente pasó una camioneta de platón cuyo conductor y su familia también se dirigían al pueblo. El campesino subió con su bulto al platón de atrás y emprendieron el largo camino hacia el pueblo. Luego de un buen trecho de recorrido, el conductor miró por el espejo retrovisor y observó que el campesino viajaba de pie, agarrado de las salientes de la cabina, pero aún cargando el bulto sobre sus hombros. Detuvo la marcha y le explicó al campesino que bajara su bulto sobre el piso del carro, ya no era necesario que él siguiera cargando semejante bulto tan pesado porque el platón era fuerte para soportar el peso de él y también de su bulto y llevarlos con seguridad hasta el pueblo.
Muchos de nosotros viajamos por la vida como este campesino. Nos subimos en aquellos medios que nos pueden hacer más fáciles la vida, pero nos resistimos a soltar las pesadas cargas que tenemos acumuladas en el corazón.
Algunos de nosotros, hasta venimos a Dios en oración y depositamos delante de él nuestras angustias y problemas. Pero luego, cuando nos levantamos de nuestras rodillas, decimos: “Esta asunto es mío, me lo llevo otra vez”.
Caros amigos: Encomendemos nuestros caminos al Señor. Confiemos en su gracia y amor. Esperemos el cumplimiento de su promesa: ¡Él hará!
Ora conmigo:” Querido Señor: En tus manos encomiendo todos mis caminos. Confío en ti y espero en tu misericordia. Coloca tus caminos en mi corazón para transitar por ellos y hacer tu voluntad. Gracias. Amén”
Te mando saludos cariñosos y muchas bendiciones del Señor…
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