A Colombia, por sus frecuentes acontecimientos insólitos le han acomodado múltiples remoquetes, tales como: ‘La patria boba’, ‘el país del Sagrado Corazón de Jesús’, ‘país de las mil maravillas’, ‘Locombia’, ´Polombia’ y otros apodos burlescos que en el momento escapan de mi memoria.
En nuestro tan querido y además maltratado país, muy a menudo los medios de comunicación ‘prenden ventiladores’; es decir, los periodistas publican presuntos secretos, sobre lo que hacen o han hecho una o más personas, que en realidad son vox pópuli, por tanto, la mayoría de los colombianos ya no les paran bolas, y a veces algunos se ríen y a otros les suscita enojo.
En Colombia, el periodista más avezado, avieso y oportunista en ‘prender ventiladores’ tal vez sea Daniel Coronell, quien recientemente publicó la entrevista que le hizo a la exsenadora Aída Merlano Rebolledo, que se encuentra prisionera en Venezuela, a donde huyó en el 2019 después de su espectacular fuga por la ventana de un tercer piso en el que está el consultorio donde recibía atención odontológica, ella estaba pagando condena de 15 años en la cárcel El Buen Pastor de Bogotá por corrupción electoral y compra de votos.
El objetivo principal de esta columna es resaltar, que la gran mayoría de los políticos colombianos son muy proclives a padecer el trastorno mental conocido como psicopatía, teniendo en cuenta, que los psicópatas son aquellas personas capaces de cometer cualquier tipo de delito sin sentimiento de culpa ni de arrepentimiento.
Lo más estrafalario, por no decir espantoso, es que esos políticos se creen honorables y dignos a pesar de que los delitos cometidos quedan con total impunidad. Las declaraciones de la mencionada excongresista en la entrevista que le hicieron los periodistas de la revista Cambio son testimonio fehaciente de la hipótesis referente a la proclividad de los políticos de nuestro país, que diariamente vemos y oímos pontificando honestidad y transparencia en sus funciones.
No en vano o no es gratis que el Congreso colombiano sea repudiado por más del 80% de la ciudadanía; sin embargo, en cada periodo son elegidos los mismos o sus familiares o los que los mismos dispongan, y la mayoría de los llamados independiente llegan con las mismas intenciones de enriquecerse o aumentar sus fortunas. Es un fenómeno bastante complejo, producto de entramados corruptos, que son verdaderas empresas politiqueras con oficinas en el Capitolio Nacional de Colombia, la sede del Congreso, máximo órgano legislativo de nuestro país. Dichas oficinas conocidas como Unidad de Trabajo Legislativo, UTL, es allí donde los políticos ponen sus alfiles o escuderos de suma confianza, todos con salarios pagados por el Erario, cumpliendo con alta fidelidad todo lo ordenado por sus jefes políticos.
Cada cuatrienio se repiten las mismas intrigas, los cambios o mudanzas de políticos a otros partidos en búsquedas de mejores oportunidades, no para sus electores y sus familias, sino para los elegidos. En esta ocasión. Las elecciones contienen un ingrediente muy especial, se trata de la candidatura presidencial de Gustavo Petro, quien tiene perspectivas de salir elegido presidente de la República de Colombia, porque el pueblo, el que pasa penurias, el que pasa hambre, el que no consigue empleo y no tiene esperanza de recibir pensión de vejez; en consecuencia, busca el cambio que lo salvaguarde, y esta posibilidad la ve con Gustavo Petro, aunque sea un salto al vacío, en vista de que no vislumbra real garantía en los precandidatos de la denominada Coalición Centro Esperanza. Igual o peor los integrantes del Equipo por Colombia. Y la candidatura de Óscar Iván Zuluaga es la reencarnación de Iván Duque; es decir, sería la catástrofe para la implementación del acuerdo de paz que, de veras, es primordial para salir del maremágnum, en el que, con múltiples dificultades vivimos los habitantes de Colombia.
Por José Romero Churio