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¿En qué pensará?

 

Por Mary Daza Orozco

 

Se lee en el libro Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez, ya fallecido, la noche triste en la que centenares o miles de argentinos se apostaron frente a la Casa Rosada a velar la gravedad de Evita, fue una oración permanente, bisbiseante,  mientras las manos firmes aguantaban las velas derretidas que no dejaban de arder como lámparas votivas. Reafirmé ese momento cuando asistí al musical del mismo nombre, en Broadway el año pasado: el pueblo perplejo ante el final de la mujer que se volvió la madre de miles de ‘descamisados’, la que, a pesar de su juventud fue atacada por el cáncer, enfermedad que no se ocultó ni un solo día, porque los seguidores, el pueblo, tenían derecho a saber la verdad.

En Venezuela andan muchos seguidores de Chávez adoloridos, saben que el que los sometía a larguísimas jornadas como  fieles escuchas y aplaudidores de sus panegíricos y diatribas, se puede ir para siempre en cualquier momento, y no han podido hacer una reunión devota al frente del hospital, donde dicen que está, para brindarle su fervor, y no pueden por la confusión a la que los han sometido las desbaratadas informaciones del oficialismo, que tiene la terquedad de Juana la Loca de no permitir que nadie intente mirarlo, ella, con Felipe en su recorrido de Burgos a  Castilla; estos, con Chávez de Cuba a Caracas; y también porque allí nada se toma con serenidad, toda manifestación que han hecho, roja, muy roja, es alharaquienta , sin sentido, solo mostrando una fe que ni ellos mismos se la creen, vivas y griterío, ni un momento de reflexión, por lo menos no se ha visto.

Pero, entre tanto, me asalta un pensamiento recurrente: ¿qué pensará el caudillo, vencido, en estos momentos. Recordará sus años juveniles en Barinas a la que tanto elogió con sus praderas, amaneceres y anocheceres; recordará el día, el instante en que se le metió en la cabeza que él dirigiría a su país hacia la gloria como un par de Bolívar. Recordará cuando empezó a actuar con el mismo calco que usan los dictadores: encerrar en mazmorras o llevar al ostracismo a sus detractores; creerse dueño del pueblo y de su gente; expropiar, mandar, hacer su absoluta voluntad, luego de haber adormecido a la impresionante multitud de seguidores?

¿Pensará en sus ataques a la Iglesia Católica, al Cristianismo en general, al que llenó muchas veces de improperios y ahora está, según cuentan sus adláteres, aferrado a él,  a Cristo, al único que ve como tabla de salvación?

¿Pensará en los amigos poderosos, en los apretones de manos con jefes de estado cuestionados y que al parecer lo hacían más valiente; pensará en sus cantos a capela, todos sobre el llano; pensará en la agonía de Bolívar y la comparará con la suya y sentirá impotencia ante no poder decir su última proclama a voz en cuello como estaba acostumbrado a hablar?

¿Pensará, si es consciente de su gravedad, en que su inteligencia fue desperdiciada y su excelente memoria, en arrebatos de monarca invencible, cuando tuvo la oportunidad de ponerla al servicio de la humanidad?

En fin, ¿en qué pensará? Solo él en su dolor, en su tragedia, lo sabrá. Nunca me ha gustado su accionar como lo he visto a través de sus discursos, su histrionismo, su impulsividad, pero ante su gravedad, su dolor me conmueve y solo deseo que sus pensamientos sean serenos, sí, que esté lleno de la tranquilidad que quizás ha adquirido después de soportar tan duro mal; sereno, aunque el pueblo siga ahí  agrupándose para darle vivas y para regocijarse con las noticias descoordinadas de que sigue como siempre: fuerte y actuante.  

Sigo preguntándome: ¿en qué pensará Chávez en su silencio y muchos que están cómo él? Sí, todos los que soportan esas tenebrosas  circunstancias que rodean el final, de las que nadie está exento.

 
 
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