Eran las 5 a. m. horas del día 24 de los cursantes mes y año cuando el corazón bondadoso de mi compadre y cuñado José Antonio, dejó de latir definitivamente. La tarde de la víspera mi señora, la suya, Lely, su impenitente compañera de amor -nos costa que se daban besos y se decían amarse- y algunas vecinas, y su acuciosa enfermera, lo habíamos acompañado en su aposento.
Quisimos adelantar un diálogo con él y él, quien había sido señor de la oratoria elocuente, trataba de responder, no dándose por vencido; sin embargo, ya estaba en sus postreros brillos. Quiso pararse de su lecho, pero el tribuno sólo alcanzó a sentarse por última vez, ayudado por los que allí estábamos. A las 6 de la tarde, su hermana, mi esposa Josefina, y yo, nos despedimos de él, que resultó ser la ultima vez que tuvimos la ocasión de admirarlo en vida.
Las 2 últimas semanas anteriores a su deceso había sido atendido solicitamente por los servicios de la ya famosa Clínica Cardiovascular de Valledupar, y tuve el gusto, y del deber, de visitarlo todas las mañanas, y admiré su voluntad de vivir y amar la existencia. Él fue un almacigo para familiares y amigos, que nos ayudaba a sanar los tropiezos de la vida.
Había sido un político pulquerrimo, como su cuñado Crispín Villazón de Armas. De ambos, el Estado se había servido, él como gobernador del César, Crispín como alcalde municipal de Valledupar; de los 2 como parlamentarios, ministros, embajadores, asesores. Él, como rector de la UPC y dirigente algodonero.
Se había ganado el apelativo de Padre del Departamento del Cesar. Para lograr la ley de su fundación presentó el proyecto respectivo, demostrando que la porción territorial a propósito, cumplía con las condiciones pertinentes; pero además, había necesidad de triunfar sobre determinados intereses políticos opuestos. ¡Y manos a la obra! A la tarea de tal acción se dedicó, apoyado por un grupo de políticos, parlamentarios y no, y gracias al don persuasivo de su talento, su proverbial simpatía y buen humor, y al halagador encanto de nuestro folclor regional, la idea de tal aspiración cobró cuerpo y se volvió un hecho victorioso, y sus ya escasos opositores quedaron tendidos en la arena política.
La erección del Departamento se constituyó en una nueva subdivisión, necesaria, del viejo Departamento del Magdalena, en un acierto político, social y económico, que ha beneficiado, abundantemente, a autóctonos y a quiénes han venido de otros lugares del país con el propósito de cultivar sus feraces tierras, edificar cómodas ciudades, conformar familias, educar sus hijos; todo lo cual ha sido posible gracias a la visión omnicomprensiva suya como legislador sobre la unidad integrada por los elementos terrígenos y humanos de la región que sería el nuevo departamento. De esta manera, el proceso de la idea se hizo realidad, que ahora palpita en la sangre que corre por las venas de cada uno de los viejos y nuevos cesarenses, por virtud de la idea creadora del Dr. Murgas Aponte y sus compañeros de gestión. Agradecidos, hoy todos a una cantamos en coro su nombre para despedirlo. rodrigolopezbarros@hotmail.com
Rodrigo López Barros