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En memoria del doctor Aníbal Martínez Zuleta

No pretendo con este artículo hacer reminiscencia de los muchos logros obtenidos por este cañaguatero a lo largo de su existencia, pues de ello se han ocupado y con lujo de detalles muchos de mis colegas lo que me exime de tal compromiso. Lo que deseo en realidad es hacer una pequeña semblanza de ese gran ser humano, ese que se forjó en medio de circunstancias tan adversas, las cuales superó gracias a esa abuela que le enseñó que no hay dificultad por grande que sea, que no se pueda superar. Destaco de su brillante periplo vital cuatro cualidades, que hicieron de Aníbal un auténtico católico.
Inicio diciendo que fue una persona muy agradecida de su Jesús de Nazaret y de su Santo Ecce Homo. Al punto que llegó a ser cofundador de la congregación de los Nazarenos una de las tantas realidades de la iglesia La Inmaculada Concepción. Siempre lo acompañó su fe en el Dios de la vida de donde obtenía la fuerza necesaria para no desfallecer en sus tantos momentos de prueba. Con frecuencia se lo veía escuchando con toda atención la santa eucaristía y participando de la comunión en compañía de su esposa y, cuando no, de sus hermanos en Cristo. La segunda cualidad que rescato de él fue su vocación de servicio. Un verdadero cristiano debe estar dispuesto siempre y en todo momento, a servir al prójimo. Así lo entendió Aníbal, pues desde sus diferentes cargos públicos, no hizo otra cosa que servirle a su gente sin distingos de sexo, condición social o raza, y lo hizo sin esperar ninguna contraprestación, pues le bastaba con el solo agradecimiento. La tercera cualidad que rescato en ese ser maravilloso fue su devoción por la familia. Amó entrañablemente a su esposa Ana Julia, a sus hijos e hijas, a sus nietos y bisnietos. De hecho en su lecho de muerte recibió con creces los frutos de ese grande amor. La cuarta y última cualidad fue, sin lugar a dudas, el valor de la amistad. Fue amigo de la naturaleza y amigo de sus amigos a quienes aceptaba con sus defectos y virtudes. Y amigo de sus enemigos. Pues como reza en Lc. 6,35, no solo hay que amar a los que te aman sino principalmente a los que no te aman. No se llevó ningún resentimiento con ninguna persona pues se reconcilió con todos sin excepción alguna, perdonando las ofensas y olvidando los agravios para finalmente estar en Paz consigo mismo y con el Padre Celestial. Y fue en Paz como llegó el momento de su adiós… Con la serenidad de quienes creen y confían en la Vida Eterna… ¡Descansa en Paz, Aníbal! darioarregoces@hotmail.com

Dario_Arregoces: