Ha muerto el último hijo de la familia conformada por don Miguel Villazón Quintero y doña Julia Baquero Araújo. En los funerales celebrados en la Iglesia Catedral de Valledupar, el predilecto sobrino y ahijado suyo, Dr. Edgardo Maya Villazón —quien ahora asume como la primera cabeza de la familia—, hizo una adecuada semblanza de él en varios aspectos de su noble vida y no haría falta añadir cosa alguna.
Sin embargo, mi deseo no se contiene y me atrevo a hacerlo a nombre de nuestro parentesco de sangre y nuestra amistad entrañable.
Como decía, fue el último vástago de una larga familia, reconocida dentro de la comunidad valduparense como una de las contribuyentes principales de su organización social —el pater familias, don Miguel había sido en épocas pretéritas progresista alcalde de Valledupar— y del trabajo ejemplarizante, especialmente en las faenas del campo y particularmente en el sector ganadero; actividades que fueron desarrolladas, sobre todo, por los hermanos mayores, Damaso y Miguel Enrique ; los dos últimos de ellos optaron por formarse, Julio, como ingeniero y Rafael, como médico, habiendo sido ambos profesionales sobresalientes.
El primero realizó importantes construcciones edilicias en la ciudad y además fue un generoso donante de terrenos, por ejemplo, donde hoy día se
erige una universidad, y cómo no recordar su principalía en la fundación del Colegio Bilingüe de Valledupar.
Y Rafael graduado de médico, ejerció como especialista otorrinolaringólogo, conocimientos que obtuvo en instituciones médicas en la ciudad de Madrid, España. Murió a los 97 años de edad, longevo como todos los que llevamos en nuestra sangre el apellido Baquero, y con excepción de la última década de su vida, durante la que padeció quebrantos de salud, todas las otras fueron dedicadas a su formación y ejercicio profesional de médico, aunque es verdad que también cultivó el ‘hobby’ de ganadero cebuista en sus haciendas del Cesar.
Consultado por sus pacientes, era acertado en sus diagnósticos y tratamientos, pero lo que realmente deseo destacar de él es su bondad. Siempre tendió sus manos a las gentes más necesitadas que solicitaban sus servicios, pues los que lo conocimos de cerca sabíamos que era un desprendido del dinero, y si el paciente pobre le narraba cuentos e historias sobre personajes típicos de nuestra región, la consulta no le valía nada y además recibía medicinas regaladas, porque él fue un médico rico en humanidad.
Y, a propósito, no sólo le agradaba oír narrar cuentos e historias, sino, que él mismo era un aficionado contador de ellos y de ellas, y al respecto, sé que ha dejado variadas anotaciones históricas sobre temas vernáculos que ojalá algún día podamos ver editadas.
Rafico, como yo lo llamaba, casó con doña Celina Baute Araújo, vallenata arraigada, de mi muy grata recordación, quién lo antecedió en su muerte, dejó unos hijos todos bien formados como profesionales, quienes heredaron su bondad. Gracias a mi sobrino médico, Luis Fernando Vargas López, quien lo atendió solicito durante los últimos 4 años enfermo. El nuevo espacio que me asigna el periódico no me permite continuar.
Rodrigo López Barros
rodrigolopezbarros@hotmail.com