El cierre de la vida. Me correspondió estar entre familiares y amigos, quienes nos abrazábamos en torno a la sepultura que, paciente, esperaba el cuerpo muerto de la Dra. Lesvia, mientras unos y otros, anegados en lágrimas, pronunciaban breves y encendidas palabras de despedida, y su pálido bello rostro hundirse en las entrañas de la tierra.
En ese sublime momento sentí súbita sorpresa y enjundia por este no ser inconsciente, que había sido tanto en la vida, para sus padres, hermanos, hijos, esposo, amigos, y la sociedad civil de la que ella, de diversas maneras, había sido protagonista esencial. Sentí nuevamente el misterio del mundo, como en muchos años crece la vida, desplegándose de diversas maneras, ansiosa de risueños porvenires, ciertamente no exceptos de congojas, pero persistiendo en la existencia, y luego, en un instante, nuestra madre tierra nos atrae a su regazo, para siempre, para siempre, sin que podamos conocer sus verdaderos fundamentos metafísicos, sólo encargándose algunos otros mortales de entregarnos razones ineludibles detrás del escenario de esa realidad abismal. No obstante, también confieso, que ese momento tuvo para mí la santa virtud de exaltar mi Espíritu, mi respeto, mi admiración y mi afecto amoroso por los míos y los demás mortales.
Entonces, ¿qué poder decir de ella ante esa verdad suprema, así sea para sobrellevarnos menos sosegadamente los unos y los otros?
Que fue una excelente hija, de esos padres trabajadores y aspirantes que tuvo, Don José Manuel Baute Torres y doña Elvira Annicchiarico García; solícita hermana de la abogada Ladis de Rodríguez, de la agróloga Luisa de Aponte, del médico Antonio; magnífica esposa de don José María García Valera, significativo empresario del campo; ejemplarizante madre empresaria en varias industrias domésticas, de Carmen Juliana, economista, Pilar Elvira, odontóloga, Adriana María, ingeniera industrial, María José, abogada, José María, administrador de empresas, y bienhechora de la comunidad valduparense, a la que sobremanera ayudó cuando fue gerente del Banco de Crédito Territorial y su tiempo laboral no le alcanzaba para servir, ante todo al sector poblacional de recursos angustiosos que aspiraba acceder a la adquisición de una vivienda.
A este propósito recuerdo la anécdota de cuando se posesionó como gerente de esa institución ante el ministro de Estado Crispín Villazón de Armas y un grupo de amigos, en el Hotel Sicarare. De los ojos de ella, brotaron lágrimas de alegría, y el brillo de la inteligencia de él, le respondió: gracias por esas lágrimas, pues según los clásicos antiguos, son las mismas que vertían las musas del Olimpo, sintiéndose arrulladas por el amor de los dioses.
Por: Rodrigo López Barros.