Hace muchos años, hacia mediados del siglo XIX, Hospicio Baquero Mestre y Dolores Ramos Fernández, ambos de la población de Urumita, contrajeron matrimonio y procrearon a Manuela Modesta, Telecila y José de Jesús (el ‘Manco chuchú’); habiendo enviudado él, en segundas nupcias se unió a Antonia Araujo Clavijo (este apellido oriundo de Ocaña), de la misma población, y tuvieron por descendientes a Hospicio, Bernardo, Rafael, Constantino, Eufemia, Leonor, Rosario y Julia. De allí desciendo.
Algunas veces, Julia, Eufemia, Rosario y Leonor, afamadas como mujeres bonitas, solían ser invitadas a bailes vallenatos en la casona de propiedad del familiar don Manuel Céspedes, después del jurista Hernando Molina Maestre y luego de su hijo, Hernando Molina Céspedes, situada en la plaza principal de Valledupar.
En aquellas danzas familiares y amistosas fueron tratadas y galanteadas, Leonor por Juvenal Palmera Cotes y Julia, después, por Miguel Villazón Quintero. Visitadas en su casa natal de Urumita lograron conquistar el corazón de ellas y tiempo después, en la parroquia poblana, se argollaron en matrimonio.
Del formado por Miguel y Julia nacieron sus hijos, nombremos primero las mujeres: Carlota, Alicia y Rosa Emilia. Elvira Elena murió joven. Los varones: Damaso, Miguel Enrique, Julio y Rafael. Todas y todos establecieron hogares distinguidos, decisivos en el desarrollo de la sociedad valduparense.
Julio casó con Doris Castro Mejía y sus hijos han constituido hogares ejemplares. El reciente deceso de él nos conmueve a muchos, por múltiples motivos nobles. Fue un ciudadano paradigmático a carta cabal. Bachiller del Colegio Liceo Celedón de Santa Marta e ingeniero de la Universidad Nacional.
Sus primeros años de ejercicio profesional los realizó en la República de Venezuela, por entonces un polo de atracción de profesionales y hombres de negocios de nuestra comarca.
Después de sus experiencias profesionales allí, regresó a su natal Valledupar, donde asociado con el eficiente y correcto arquitecto urumitero Raúl López Araujo, construyeron los primeros edificios y casas del Valledupar que comenzaba a desprenderse de su condición de un simple pueblo. El hotel Sicarare y más adelante el Centro Penta, entre otros, los memorizarán.
Al mismo tiempo se comportaba como un ciudadano generoso, de lo que son prueba los reconocimientos públicos que se le depararon, historiando su nombre de pila.
Descontando otros logros laborales suyos, tanto en el ámbito rural como en el urbano, el mejor, que consagra su memoria para siempre, es la Fundación Colegio Bilingüe de Valledupar, acompañado en esa empresa espiritual por algunas nobles familias, pero no es menos evidente que él se colocó a la cabeza de ellas y con insistencia tozuda y tesón laudables, cualidades no frecuentes en general, se dedicó a mimar la criatura, cuidarla, ayudarla a crecer hasta volverla adulta y prestigiosa.
Con mis más caros sentimientos y de mi familia por el dolor que nos embarga, expresamos nuestro pesar a su esposa Doris, a sus hijos, Elvira Elena, María Doris, Delfina, María Cristina, Julio Cesar y toda la familia extensa.
Desde los montes de Pueblo Bello.