Si hablásemos de nuestra cultura regional, tendríamos que expresar que Fina Castro Daza era su cítara más sentida, con cuerdas templadas por el carácter recio de su padre, Pepe, sobre quien alguna vez escribí una columna en este diario, destacando su notable capacidad como servidor tanto en el ámbito privado como público. De su padre heredó la fortaleza del árbol de la historia familiar, y de su madre, las inclinaciones puras del corazón. Fue una incansable servidora de su familia, cuya práctica la entrenaba para ocuparse también de los demás, ya fuera en los menesteres de la cultura o en las obras de misericordia. Una mujer culta y generosa.
Valoraba la educación social y poseía un alto grado de compasión humana. Sin duda, su generosidad y afabilidad son su legado para las mujeres de los departamentos de La Guajira y Cesar, pues a ambos pertenecen sus raíces.
Fina Castro Daza fue una mujer clásica, cítara y lira de su familia, así como de la sociedad de Valledupar. Estuvo vinculada al Ministerio de Cultura, cuando ese despacho fue magníficamente servido por la inolvidable Consuelo Araújo Noguera, y también a la vida diplomática de la República de Colombia en sus relaciones con Perú. Sus gestiones en esas labores han sido reconocidas como laudables. Apoyó la creación de la Fundación Aviva, una asociación dedicada a la defensa del centro histórico de Valledupar, en compañía de su entrañable amiga, Alba Luz Luque de Lommel. En sus últimos años, se dedicó a la constitución y esmerada atención de su hotel boutique, Casa Rosalía, ubicado en la acogedora casona que fue de sus amados progenitores, pensado para ofrecer una atención exquisita a los visitantes de Valledupar.
Era segura de sí misma y de sus habilidades, lo que le daba autoridad ante los demás, pero sin pretensiones algunas, porque esas virtudes las ocultaba con su habitual modestia. Le resultaba fácil tratar con todos los estratos sociales, esforzándose por entender sus necesidades y sentimientos. Se la percibía cómoda con su natural modo de ser, aunque elegante en el vestir y comportamiento social. Se sabía respetar a sí misma y los otros la trataban con su dignidad merecida. También la adornaba el sentido del humor, se reía con ganas y Fina era muy fina, tanto en el trato con amigos como en la vida de comunidad. Tenía una sonrisa encantadora.
Dotada de gran energía personal, se la veía apasionada por la vida, y a pesar de su enfermedad fatal, siempre buscó superarla, demostrando su amor por sí misma y por los demás. Hará acaso apenas un par de meses compartimos mi esposa y yo, una cena con Fina, su esposo Jaime, y pocos amigos, en casa de los esposos Elsa Palmera Pineda y Rodolfo Araújo Noguera, el cumpleaños de Elsa. Mi saludo con ella fue manifestado con recíproca alegría, porque nos apreciábamos como amigos —por lo que escribo con pesar esta columna—, de tal buen estar la vi que llegué a pensar que la vida de ella sería aún larga. Sin embargo, era la última vez que compartíamos unos momentos, porque el romance que algunos espíritus mantenemos con la vida, terminaría pronto para ella. Queda el juicio que los sobrevivientes hacen acerca de quienes nos ausentamos definitivamente. El que hacemos sobre ella, todos a una, es con alabanza. Jaime y Fina se supieron escoger para ser una pareja feliz, y cuánto se sirvieron el uno para el otro. Fortaleza querido Jaime y paz para Fina y continuado amor en la memoria. rodrigolopezbarro
Por: Rodrigo López Barros.