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En memoria a Nando Castro

¡Nando, hermano, tu repentina partida me enseña lo efímera que es la vida! Lo frágil y, a la vez, absurda. La vida te da, pero también te quita. Hasta ayer me regaló al mejor amigo; a mi hermano. Hoy me arrebata a mi mejor contertulio, al bromista, al que siempre estuvo en todo momento, fueran estos buenos o malos. Despedir a un amigo duele. Despedir a un hermano duele aún más, pero despedir a un amigo que dejó de serlo para convertirse en hermano es una situación muy difícil de afrontar.

Pese a que hoy la vida me quita también me da, y de sobra, el arrojo con el que escribo estas palabras al frente de tu cadáver, que solo se las reitero a tu memoria, porque en vida siempre te las dije, siempre las supiste, siempre te las reiteré.

Compadre: será muy difícil acostumbrarnos a tu ausencia. A tus visitas constantes, a donde estuviéramos llegabas, cuando había días de silencio. Solo le pido a mi Dios nos dé la resignación por tu partida, y a ti te reciba con la misma abundancia y humildad que tu corazón guardaba.

Hoy te despido con dolor, pero también con profundo agradecimiento a esa vida que, pese a que hoy te arrebata, nos permitió reafirmar los lazos de amistad y familiaridad, que ni la muerte nos arrebatará jamás.

Aceptamos tu muerte como el designio exorable del supremo creador, tu desaparición física solo la mitiga nuestra formación de cristianos que nos obliga a acatar con resignación los propósitos divinos. De ti nos queda como herencia tus rígidos principios morales de gran criterio y personalidad, cualidades que unidas al gran amor que siempre profesaste a los tuyos se convierten en el mejor legado que nos dejas.

Abandonaste en la vida la simplicidad que depara el no tener más pretensiones que lo verdadero de los afectos, lo certero de tus valores, como fue tu integridad, algo que solamente predomina en forma consustancial solo a los escasos seres humanos que han decidido vivir ajeno a todo artificio, cumpliste el papel de padre, de amigo sin igual, así mismo de un hombre solidario, fueron entre otras tus condiciones.

Los que tuvimos la dicha de divertirnos en la confianza sabemos de tu noble sinceridad, de tu delicadeza en el trato, de tu sensibilidad por querer socorrer al necesitado, eso te hizo ser grande.

Me siento ser un hombre que te demostré mucho apego, esa es la tranquilidad del deber cumplido, tú te vas para lo divino, yo me quedo protegiendo tu legado, pero con la convicción que en todo momento me tuviste presto a cualquier situación y es la mayor satisfacción que tenemos.

Nando se caracterizó por ser un singular hermano, connotado familiar, pero también un huésped encantador, fuiste claro como un manantial y fuerte como los robles, de tu sitio que tu denominabas encantador, como lo es Gustamás, en donde ayudaste a construir el kiosco que tu bautizaste Urbanito Castro, en honor a tu padre, faro de la rectitud y la decencia.

Te vas a la otra vida mágica y esperamos seguro que desde lo más alto puedas mirarnos así sea a través de un pequeño agujero para poder seguir recibiendo tus bendiciones con la venia de tu Señor, nuestro Señor, allí estará tu madre y mi madre recibiéndote con apego, con amor de hijo. Sabemos que no nos abandonarás hasta que seamos llamados a hacerte compañía en el más allá.

Compadre, te profesé respeto, cariño, observancia y agradecimientos, jamás pusiste en duda mi solidaridad, me resta decirte hasta luego, nunca podré olvidarte porque fuiste un crisol en nuestra compañía. A tu familia decirle, gracias por permitirme expresar estas palabras, de no hacerlo sé que contrariaba tu voluntad. ¡Hasta siempre, hermano!

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Gustavo Cabas: