Como viajan las notas musicales entre las líneas que conforman un pentagrama, Aimé Shwittery JonathanThomson, son una joven pareja que desde Argentina recorre las carreteras de América para conocer los ritmos típicos del folclor en todo el continente.
Desde el principio, esta historia parece extraída de una canción de Joaquín Sabina o Ricardo Arjona: Aimé y Jonathan se conocieron en una cafetería de Pensilvania, Estados Unidos, lugar donde nació Thomson y la joven estudiaba danzas por una beca que consiguió cuando aún vivía en su natal Misiones, provincia de Argentina.
“Recuerdo que él estaba leyendo un libro de un autor argentino y eso me llamó la atención” cuenta Aiméen mostrando una sonrisa tímida con la que inició un relato más específico.
Según contó, desde ese primer momento la música estuvo presente. La melodía que escuchaba de fondo antes de hablarle, hizo que el momento fuera perfecto y entendió que algo en su vida estaba a punto de cambiar.
Conforme pasaron los días la relación se fortaleció. En medio de las diferencias culturales y el amor por la música, los lazos entre esta pareja se hicieron más fuertes y decidieron irse a vivir juntos a Buenos Aires. Seis meses después se mudaron al norte del país.
“Buenos Aires es una ciudad que agota, yo viví ahí antes y queríamos otra cosa” explicó la joven bailarina y agregó que en ese momento, se fueron a Corrientes, una provincia en el litoral argentino, donde se escucha el Chamamé, un género musical bailable del folclor de ese país, que inspiró a la pareja para iniciar esta travesía.
Del norte argentino, Aimé y Jonathan se fueron a Bolivia, un país de mucho contenido cultural, folclórico y de tradición aborigen, que los atrapó por más de cuatro meses.
“Es un lugar realmente hermoso, musicalmente tiene mucho contenido y tradición” aseguró Jonathan en un español que aunque entendible, no podía ocultar sus raíces angloparlantes.
“Desde Bolivia seguimos a Perú, ahí duramos tres meses y medio. Luego fuimos a Ecuador y estuvimos por un mes y medio”, dijo el norteamericano quien contó a grandes rasgos su recorrido antes de llegar a Colombia.
Valledupar en los ojos de esta pareja
La música del folclor americano, motor de ese viaje de reconocimiento cultural que realiza esta pareja, los condujo hasta Valledupar, ciudad en la que llevan siete de los más de treinta días que tienen en Colombia.
“Es increíble la forma en la que la música de acá se mete en el día a día de las personas. El vallenato se escucha en todos lados… se escucha todo el tiempo” aseguró Aimé aunque resaltó que no vio lugares donde escuchar música en vivo.
En relación a la ciudad, los extranjeros aseguraron que se quedaron maravillados con la arquitectura del Centro histórico de la capital del Cesar, un lugar en el que según describieron, se pueden sentir las letras de las canciones vallenatas.
En un discurso que parecía sincero y ajeno a la cortesía típica del visitante, la pareja aseguró que Valledupar les pareció un lugar especial en el que la música armoniza el cotidiano pasar de los días de sus ciudadanos.
“Pensamos que era una ciudad más chica, pero la estuvimos caminando y es grande. Es una ciudad muy entregada a su música, la gente está muy vinculada con su música y es muy linda ciudad” indicó la argentina.
Viajeros de la música
El viaje de esta pareja tiene un objetivo y una finalidad: desde Argentina hasta México, el músico estadounidense intenta vivir en primera persona, una experiencia directa con los sonidos que conforman o recopilan la memoria folclórica del continente.
En el recorrido esperan recopilar la información necesaria para aplicarla en un trabajo propio que muestre lo aprendido.
“Yo soy músico y tengo trayectoria. Desde joven he tocado con muchos grupos de música folclórica americana y música folclórica norteamericana. Pero nos interesa la música de todas partes” dijo Thomson y confesó que su esposa aprendió a tocar guitarra solo para acompañarlo en esta travesía.
La pareja prefieren el título de ‘Viajeros de la música’ al de ‘turista’. En este sentido, explican que como artistas y viajeros de mochila al hombro, viajan con muy poco presupuesto y viven de lo que logran reunir de las presentaciones que hacen en las calles y plazas de las ciudades donde llegan.
Con su piel enrojecida y seca por el sol, los extranjeros cuentan que para ahorrar dinero, cargan en su equipaje, una carpa para acampar y un par de hamacas. Con ese equipo aprovechan las noches que los descubre en el campo y guardan el costo del hostal donde se quedan.
“En este tipo de viaje dependes mucho de la suerte y de la bondad de la gente, y en Colombia nos ha pasado que la gente colabora mucho.
En Manaure guajira había una especie que quiosco y ahí nos quedamos con la ayuda de los locales que nos trajeron fuego y agua” comentaron.
Para finalizar, el músico y la bailarina dijeron que no les gusta planear las cosas con mucho tiempo de anticipación. Ya que prefieren estar al rimo de los músicos de Jazz, que improvisan en el escenario y unen los instrumentos en un trabajo colectivo que encaja entre sí de forma perfecta.
“La ruta la indica el día a día y es tan variante como puede serlo el clima. Por eso, el viaje no tiene fecha de regreso o fin. El fin es llegar a México pero no sabemos qué tiempo nos pueda tomar porque no sabemos cuánto vamos a demorar en cada país.
Por lo pronto, irán a Cartagena, una ciudad en la que ya estuvieron pero que ahora los atrae por algo puntual: San Basilio de Palenque. Epicentro de la cultura afrodescendiente en la costa atlántica colombiana.
El tiempo y sus vivencias les dirán para dónde seguir.