La historia se repite. No hace falta ser coroneles, como en la novela de García Márquez, para no tener quien les escriba el mensaje por tanto tiempo esperado, notificándoles que por fin podrán recibir la anhelada pensión. Elsa Zuleta y Antonio Bustillo, pareja de adultos mayores residente en La Paz, sueñan con ser retribuidos dignamente, como muchos adultos mayores en el Cesar y en Colombia, por sus servicios prestados en el sector público.
–A él le pusieron su pensión de más de dos millones, que era lo que se ganaba, pero después nos embaucaron en la Alcaldía municipal y ahora recibe son recursos de lástima, menores a un salario mínimo –declara Zuleta.
Zuleta, según refiere, trabajó en el entonces Instituto de Mercadeo Agropecuario –Idema– entre 1980 y 1988. A tenor de su relato, firmó su salida de esa extinta entidad por evitar manejos corruptos en la empaquetadura de sales agropecuarias.
–Quien me nombró a mí en el Idema, Milciades Cantillo Costa, nombró a Amador Costa Gutiérrez como jefe de reempaque. ¿Qué crees que hacía? La sal de dos libras venía de libra con 12 onzas. Nosotros no estamos acostumbrados a la deshonestidad. Mi papá fue la persona más honrada. Mi hijo Ricardo, por ejemplo, se parece mucho a mí porque no participa con los ladrones. Entonces, yo puse la queja. Ese fue el motivo. Ahí firmé mi salida del Idema –afirma Zuleta sin ambages.
Por su parte, Antonio Bustillo, siendo alcalde designado del municipio de La Paz, efectuó obras como las del mercado público, construcción de la segunda parte del edificio de la Institución Educativa Ciro Pupo Martínez, gestión de la instalación del servicio de telefonía fija, entre otras. De igual modo, fue secretario de Gobierno, inspector de Policía de Manaure y Media Luna, Cesar, entre otros cargos de carácter departamental.
Bustillo había llegado a La Paz al despuntar la década de 1960. Para entonces, fungía como secretario general de juventudes del Movimiento Revolucionario Liberal, del entonces presidente Alfonso López Michelsen. Sus amores con Elsa Zuleta harían del Municipio su hogar permanente y a lo largo de su estadía, antes y después de que La Paz perteneciera al Gran Magdalena, desempeñó una amplia variedad de cargos públicos de los que aún se recuerdan sus impactos sociales.
–Yo me amañé en este pueblo porque venía de una familia liberal y este era el pueblo más liberal que había –declara Bustillo, con un aire de nostalgia.
En la sala de la vivienda de los Bustillo Zuleta hay un viejo pilón de maíz que Elsa quiere vender –quizá, en un intento desesperado por solventar necesidades apremiantes–. En la desvencijada mesa del comedor hay nísperos puestos a madurar. Una máquina de coser y otra, fileteadora, con retazos de telas multicolores, complementan un cuadro que parece indicar que todo tiempo pasado fue mejor.
–Me dedicaba a la modistería, pero eso lo he dejado. Nosotros hemos entrado aquí es en ruinas. Ahora poco lo hago. He quedado sin gafas. Yo hacía ropa. Después de vieja, aprendí a coser pantalones para mujeres con alguien que vino de Bogotá. Yo hago pantalones y quedan, mejor dicho, como para no arreglarle más nada.
Entre risas, Elsa se permite contar las circunstancias que hicieron posible establecer un vínculo amoroso con Antonio Bustillo, mismo del que cosecharon tres hijos. Finalizaba la convulsionada década del 50 en Colombia. Ella estudiaba en el Liceo Colombia, de Santa Marta, Magdalena, donde llegaría hasta cuarto de bachillerato comercial.
En los alrededores de la Quinta de San Pedro Alejandrino, un accidente del vehículo que transportaba a las estudiantes del Liceo, ocasionando la muerte de una de ellas, llevó a que una ‘comadre’ de Bustillo y conocido de la mamá de Elsa, llamara inmediatamente para que ella se quedara por esos días en su casa.
– Yo me conozco con él porque estudiaba en Santa Marta. En la Quinta de San Pedro Alejandrino muere una muchacha del Liceo Colombia. Una comadre de él, enseguida llamó para que me llevaran para allá. Entonces, se enamoró de mí. Yo le digo a él ‘mala hora’.
Indignada, Zuleta menciona al cierre del diálogo: “No debían de haberme sacado del Idema. La Ley 3135 de 1968 dice que la persona que con la Ley de Transición en 1994 tuviera más de 35 años –y yo tenía más de 40– podría recibir su pensión. Voy a moverme una vez más para que me la den. Ellos no tenían por qué haberme contentado con una indemnización de 1.400.000 pesos”.
De acuerdo al informe publicado por el diario El Espectador en octubre de 2022, “en 2020, el 28,4 % de las personas mayores se encontraba en hogares en situación de pobreza monetaria; es decir, sin ingresos suficientes para cubrir necesidades básicas, y el 18 % estaba en pobreza multidimensional, según datos recopilados en el documento ‘Personas mayores en Colombia: hacia la inclusión y la participación’, del DANE y la Fundación Saldarriaga Concha”.
El mismo informe reza que, “según el DANE, el 25,5 % del total de personas en edad de pensión la reciben. Para los hombres la cifra es del 30,8 %, mientras que para las mujeres es del 22,4 %.”
Aunque el Gobierno Petro ha dado luces sobre lo que sería su reforma pensional, aún no ha concretado detalles al respecto. Se habla de un sistema de pilares y de una asignación mensual de $500 mil a los adultos mayores sin pensión, pero se requiere que situaciones particulares, como las de Elsa y Antonio, afectados por la transición entre sistemas pensionales sean atendidas de forma eficiente. Nadie quiere ser otro coronel de novela. Ningún otro adulto mayor quiere morir esperando su pensión.
ALEXANDER GUTIÉRREZ/ EL PILÓN